Admiran al 'preferido de Hitler'

Adolf Hitler, artista fracasado devenido en genocida, entendió muy pronto que sus sueños megalómanos sólo podían convertirse en los de sus seguidores si, además de una estudiada oratoria y una intensa labor publicitaria, contrataba a los artistas capaces de transmitirlos de forma visual. Sus más conocidos portavoces artísticos fueron Albert Speer, el arquitecto encargado de diseñar Germania, la capital universal de lo que sería el imperio de los próximos mil años, y Leni Riefenstahl, la joven cineasta que malgastó su talento en exaltar cinematográficamente la simetría de las grandes masas marchando y la presunta belleza aria de cada uno de sus individuos.

Menos conocido, pero igual de comprometido, también al escultor Arno Breker le cabe el dudoso privilegio de pertenecer al triunvirato de artistas de los que se valió Hitler para su proyecto -y que a su vez se valieron de Hitler para alcanzar sus tristes 15 minutos de gloria.

Las gigantescas figuras de Breker decoraban las construcciones de Speer que luego filmaba Riefenstahl, pero a diferencia de Speer, parte de cuya obra todavía se puede apreciar por Berlín, y a diferencia de Riefenstahl, cuyas películas siempre estuvieron en circulación, la obra de Arno Breker fue prácticamente destruida por los bombardeos, y su autor relegado al olvido.

Sólo ahora, a 15 años de su muerte y a más de 60 del fin de la Segunda Guerra Mundial, un museo estatal alemán ha decidido exponer por primera vez las obras del escultor preferido de Hitler.

El museo en cuestión queda en Schwerin, la capital de Mecklemburgo-Antepomerania, provincia del noroeste ubicada en lo que en su momento fue Alemania Oriental. La muestra, que estará abierta hasta fines de octubre, es desde los primeros días un éxito rotundo: 10 mil personas ya habían visto las 70 esculturas en las primeras semanas, el catálogo se agotó a velocidad de best seller y en el libro de visitas sólo se leían exclamaciones de beneplácito.

Así se cerraban varias semanas de encendido debate previo, que incluyó desde las protestas del presidente de la Academia de Artes de Berlín, quien calificó a Breker de "Decorador de la barbarie" y se negó a exponer sus obras en el mismo museo, hasta la defensa de Günter Grass, el Nobel de Literatura que poco después quedaría él mismo en el centro del debate por la revelación de su pasado nazi.

En el fondo, lo que se discutía no era si se podía o no exponer a un artista que había trabajado para un régimen criminal, sino si...

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