Amar Nueva Zelanda es natural

AutorAlonso Vera Cantú

Hace ya muchos años viví en la Bahía de las Islas, más específicamente en Paihia, un pequeño poblado de bebedores con un gran problema de adicción a la pesca.

Se encuentra al norte de la Isla Norte de Nueva Zelanda, un extraño país insular ubicado en lo más remoto de Oceanía. Mi primer trabajo allí fue como guía de buceo y aprendiz de capitán.

A diario llevaba conmigo un pequeño grupo de entusiastas a bordo del Diversion, una sencilla embarcación que de cuando en cuando nos dejaba varados en las frías aguas del Pacífico Sur.

Luego de llenar los tanques y equipar a los clientes nos hacíamos a la mar.

Por la mañana nos acompañaba siempre un gran manada de delfines hasta llegar a nuestra primera locación en las Islas Cavalli, el sitio donde descansan los restos del Rainbow Warrior.

Tras explorar las entrañas del barco insignia de Greenpeace que fuera saboteado y hundido en 1984 por terroristas franceses, almorzábamos en alguna isla desierta antes de realizar una segunda inmersión, por lo general en busca de cavernas, hipocampos y hasta tiburones.

Así transcurrieron algunos de mis mejores días en el camino, y ahora que vuelvo recuerdo lo que hace de Nueva Zelanda uno de mis destinos favoritos en todo el mundo: su aislamiento.

RUTA SIN RUMBO

Éste fue el último gran territorio del planeta en ser colonizado. De hecho es un país de aventureros que han logrado sortear el paso de los "cuarenta rugientes"; vientos que giran alrededor de la Tierra para soplar con fuerza en los Alpes Meridionales y los fiordos de la Isla Sur, hasta las mesetas volcánicas y las bahías esmeralda en la Isla Norte.

En este lugar se mira el primer amanecer de cada nuevo día y se puede vivir en contacto pleno con la naturaleza, transformando tu manera de pensar y de sentir. Sin embargo, no se visita Nueva Zelanda para pasar tan sólo un par de noches.

Se emprende el trayecto a la última frontera del viajero contemporáneo para dedicarle tiempo, pues es un sitio ideal para realizar algunas de las rutas libres más hermosas del planeta. Bosques milenarios, lagunas glaciares y playas negras son algunos de los escenarios en donde disfrutar las muchas delicias locales que se consiguen directo de sus productores a lo largo del camino. Y así, sin prisa y equipados con una sonrisa, la mejor manera de acercarse a éste lugar es sin un rumbo definido.

Por ello, en esta ocasión volé con mi señora de Los Ángeles a Auckland, puerta de entrada en el país, para rentar un automóvil y manejar a la deriva del antojo durante un par de semanas.

En Auckland habita uno de cada tres neozelandeses. Fue fundada en 1350 por los maoríes y abandonada por guerras tribales y epidemias hasta la llegada de los colonos europeos en 1840.

Debido a la amplitud de su puerto, la fertilidad de sus tierras y el descubrimiento de diversos yacimientos de oro, se convirtió en la capital del país por más de 15 años.

Tiene uno de los paseos marinos más agradables del hemisferio sur, y el centro de la ciudad es muy compacto y atractivo, repleto de parques, plazas, casinos y marinas en donde sucede una oferta cultural y gastronómica interesante.

POR LA TIERRA MEDIA

Luego de disfrutar Auckland un par de días, iniciamos nuestro trayecto por un territorio repleto de borregos y experiencias únicas. Por ejemplo, nuestra primera escala fue a las afueras de Matamata, un pequeño poblado de granjeros de relevancia para los cinéfilos pues en sus colinas se crearon los escenarios de Bag End, la aldea de los hobbits en la llamada Tierra Media.

Y así comenzó una travesía por éste...

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