Ana Laura Magaloni Kerpel / Crecimiento y justicia

AutorAna Laura Magaloni Kerpel

Está claro que el reto más importante que tiene enfrente el país y la administración del presidente Enrique Peña Nieto se llama crecimiento económico. Por ello resulta particularmente pertinente el estudio que elaboró el Instituto Global de McKinsey: Una historia de dos Méxicos: crecimiento y prosperidad en una economía de dos velocidades. El estudio destaca que México está dividido en dos: existe un México con una economía moderna y productiva, que compite en los mercados globales y que utiliza las prácticas de negocios propias de las empresas de economías avanzadas. Paralelamente, existe un México con una economía tradicional, de negocios familiares, que opera muchas veces en la informalidad y que además es cada vez más improductiva.

El desempeño económico de ambos Méxicos es contrastante. Mientras que el México moderno ha incrementado su productividad en 5.8% anual desde 1999 a la fecha, en el México tradicional, en cambio, la productividad ha disminuido 6.5% por año en el mismo periodo. Sin embargo, paradójicamente, el México tradicional es el que más empleos ha generado. Hoy en día es responsable de 48% de los empleos que se han creado desde 1999 a la fecha. El México tradicional, y este parece ser el corazón del problema, emplea a 42% de la fuerza laboral del país, pero esta fuerza sólo contribuye, según McKinsey, en 10% del valor añadido a la economía mexicana. Es decir, tenemos un México tradicional muy extendido y que es cada vez más improductivo. Mientras que ese México no eleve su productividad, no hay forma que nuestra economía crezca al ritmo que se necesita.

El estudio de McKinsey elabora una serie de recomendaciones para que la economía tradicional incremente su productividad. Todas ellas hacen sentido. No obstante, me parece que dejan fuera de la fotografía un aspecto medular del problema: la enorme inequidad jurídica que caracteriza a la sociedad mexicana y la debilidad de nuestro sistema de justicia para solucionarla. La cancha del juego nunca es pareja. No existe un mínimo común denominador de derechos que nos hagan a todos iguales...

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