El caso Härm: La maldad imita al arte

AutorRafael Aviña

Sin duda, El silencio de los inocentes arrancó del anonimato fílmico al asesino en serie y sus rituales hematófagos de fantasía criminal, para convertirlo en una presencia constante del cine de los 90 y del actual milenio. A partir de una novela de Thomas Harris adaptada por Ted Tally, la película consiguió trastocarse en un verdadero tratado sobre la vorágine del mal en la historia de una agente novata del FBI que carga con varios traumas infantiles (Jodie Foster) y que establece un pacto con un enfermizo psiquiatra, el Dr. Hannibal Lecter, encerrado de por vida y apodado El Caníbal (Anthony Hopkins). Así, en la historia centrada en un violento despellejador de mujeres conocido como Búfalo Bill (Ted Levine), se dan cita la inteligencia, la perversidad, el placer por la carne y la piel humana en un insólito e hipnotizante thriller.

De hecho, desde que se estrenó El silencio de los inocentes, dirigida por Jonathan Demme en 1991, su protagonista se trastocó en la quintaesencia más delirante de los asesinos en serie, a pesar de las salvajadas de un John Doe (Kevin Spacey) de la cinta Seven, de David Fincher. Lecter, asesino antropófago, encarnó una extraña combinación de intelectualidad, conocimiento médico y una brutal sed de sangre. Los asesinos en serie de este tipo, con un alto nivel profesional y de intelecto y con una vida criminal oculta, no abundan fuera de la pantalla, pero existen a fin de cuentas.

Así, un paralelo en la vida real con el personaje de ficción de Hannibal Lecter es el del eminente psiquiatra sueco Dr. Teet Härm, cuyo caso no fue muy documentado en Estados Unidos hasta que apareció la Enciclopedia mundial de los asesinatos del siglo XX, de Jay Robert Nash. Declarado culpable a finales de los 80, varios años después de que el novelista Thomas Harris creara al personaje de Lecter, Härm era considerado un respetable patólogo forense de Estocolmo. Y con el testimonio de su supuesto cómplice, el Dr. Thomas Allgen, demostró a su vez un indiscutible talento para asesinar y devorar vísceras humanas.

Un volkswagen blanco atraviesa con lentitud el área de burdeles a las afueras de Estocolmo. No es la primera vez que se le ve ahí, a la espera de una posible fantasía erótica tasada en coronas. Su azaroso objetivo es Lea Buchegger, una atractiva rubia de larga cabellera, que se aproxima a la ventanilla de su automóvil. Lea no pierde tiempo y descubre sus generosos pechos. En el interior del auto compacto, unos ojos de un azul...

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