Colaborador Invitado / Cumbre América Latina y Europa

AutorColaborador Invitado

José Antonio Sanahuja

Director del departamento de desarrollo y cooperación del Instituto Complutense de Estudios Internacionales.

Un examen somero de las relaciones entre la Unión Europea y América Latina y el Caribe ofrecería argumentos de sobra para el desaliento. Una América Latina fracturada, y una Unión Europea políticamente exhausta no parecen ser los mimbres adecuados para crear, en palabras de las instituciones europeas, "una asociación de actores globales" capaz de "mejorar la gobernanza de la globalización". En consecuencia, no cabría esperar gran cosa de la Cumbre Unión Europea-América Latina y el Caribe que se ha convocado para el 18 de mayo en Madrid, aparte de una nueva dosis de retórica y de los acostumbrados gestos mediáticos que alienta la "diplomacia de Cumbres". Ambas regiones parecen hoy más distantes y los debates sobre Cuba y Honduras indican crecientes dificultades para definir consensos y una agenda común. En la práctica, el discurso del birregionalismo, los valores y la integración parecen ser sustituidos por el libre comercio y un bilateralismo más pragmático.

Por otro lado, no se puede desconocer que ambas regiones llegan a la Cumbre con la atención puesta en sus propios problemas. América Latina experimenta profundas fracturas políticas, enfrentamientos bilaterales y la crisis de unos procesos de integración cuyo modelo, el "regionalismo abierto", ya no da más de sí. El ascenso de China y su creciente importancia económica como destino de las exportaciones latinoamericanas ha llevado a repensar las estrategias de inserción internacional de la región, en desmedro de su compromiso integracionista, y de los vínculos externos con la UE y Estados Unidos. En su conjunto, Asia ya tiene el mismo peso en el comercio latinoamericano que Europa.

La UE atraviesa un prolongado periodo de irrelevancia autoinfligida, en parte como resultado de su ensimismamiento y crisis institucional en torno al fallido proyecto constitucional y el posterior Tratado de Lisboa. Éste no parece haber alumbrado una "potencia global" o una política exterior más fuerte, al menos si se atiende a indicadores como el (bajo) perfil de sus representantes, o la "evaporación" de la UE en la Cumbre de Copenhague. Las migraciones y los riesgos de inestabilidad en la "vecindad" del Mediterráneo y el este de Europa también redefinen las prioridades de la UE y se reduce aún más su interés hacia Latinoamérica. Se tornaron irrelevantes las metas de crecimiento...

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