Convierte a la Mara en novela

AutorSilvia Isabel Gámez

En la frontera sur de México habita el demonio, encarnado en una drag queen a quien la Mara Salvatrucha rinde culto. Su nombre es Ximenus Fidalgus y gobierna sobre el río que da entrada al infierno: el Satanachia.

Rafael Ramírez Heredia (Tampico, 1942) construyó este personaje con retazos de los brujos y magos de la zona, aquellos que visitó con la cara sucia y los ojos bajos, vestido de mezclilla y con un sombrero de palma, tratando de disimular lo que era, un escritor en busca de una historia.

Así recorrió también, en compañía de algún amigo, las sucias calles de Tecún-Umán, el pueblo fronterizo guatemalteco, entró a los prostíbulos y preguntó en los bares dónde podía encontrar a la Mara, la banda de delincuentes centroamericanos que por entonces, hace tres años, aún no era considerada un riesgo para la seguridad nacional.

Con miembros de la banda, asistió a un ritual de iniciación de la Mara 13, donde el aspirante a pandillero recibió durante 13 segundos "golpes asesinos", bautizo que en su novela La Mara convierte a Giovani en compañero del Yoni, de Yaqueline, del "Lagrimitas", hermanados por la pobreza, la degradación, la muerte, la incultura, y por tres manchas negras en los nudillos que significan "la vida loca".

"Los mareros están dispuestos a morir o matar en cualquier momento; son canallas auténticos, sin conciencia", afirma el escritor. "Todo joven miserable que no tiene salida se vuelve mara, por eso se reproducen como hongos, porque Centroamérica está habitada por seres hambrientos, producto de la miseria, pasto de la droga, de la hechicería y del sueño norteamericano. Ahora calculan que son 300 mil, pero irán creciendo".

El abandono en que el Gobierno tiene a la frontera sur ha convertido a la región chiapaneca del Soconusco en un territorio donde abunda la droga, la prostitución, el dengue y el Sida, sostiene Ramírez Heredia, quien para escribir su novela realizó ocho viajes a Tapachula, Tecún Umán -la "Tijuanita" de Guatemala-, Honduras y El Salvador, en los que reunió 70 cuartillas de información que mantuvo pegadas bajo la computadora para consultarlas cada vez que dudaba sobre un término o la característica de un personaje.

"Como no podía llevar grabadora ni libreta, en mis recorridos iba memorizando las palabras y, cuando llegaba al hotel, las grababa o tomaba notas. Muchas veces ni siquiera hacía preguntas, me sentaba a beber una copa y oía las conversaciones", recuerda el creador del Rayo Macoy, autor de una obra que...

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