Convierten su cuerpo en arte

AutorMauricio Bares

Hacia finales de 1998, cuando la empresa automovilística BMW vio caer las ventas de su emblemática camioneta Rover, decidió efectuarle un "levantamiento facial" que le ayudara a recuperar su rebanada en el mercado. Planeó lograrlo rediseñando su línea para hacerla lucir atractiva y moderna. Y lanzó una feroz campaña publicitaria que contemplaba la participación de Cindy Jackson, quien ya era famosa por haberse efectuado más de 30 cirugías reconstructivas.

"Me encantó", confesó Cindy, "sobre todo porque esto no hubiera sido posible hace algunos años, el público habría dicho que la Rover era yo, no la camioneta".

La persistente exposición que, en la última década, los medios han hecho de cuerpos imberbes en calles, casas, escuelas y campos de batalla, se asemeja a las miradas insistentes de los familiares de un muerto para acostumbrarse a la idea definitiva de la muerte, como si nuestras sociedades también necesitaran atestiguarlo miles de veces.

Sin embargo, tenemos una invaluable recompensa. La muerte de una especie -la nuestra- y su renacimiento en algo insospechado, son el máximo espectáculo al que podemos aspirar. Ser testigo y, más aún, juez y parte, víctima y victimario a la vez. Pero, sobre todo, tener la insuperable oportunidad de participar en la proposición del nuevo ser, cualesquiera que sean sus nuevos rasgos y sus características, sus medidas y sus tallas, sus posibilidades y sus limitaciones, su bien y su mal.

El arte en diversas partes del mundo, al igual que la ciencia o la filosofía, también ha ido internándose en este mismo capítulo terminal.

Hasta hace muy poco, los artistas, a través del performance como ritual, retomaron algunas estrategias que datan desde el Marqués de Sade (partir del cuerpo como fuente primaria del arte, y del uso de materiales degradados y de desecho como forma y contenido de la obra artística), y parecieron revelar el anverso del tejido de los símbolos. Sin embargo, al paso del tiempo este intento cayó en la obviedad y la repetición, forzándonos a explorar vías más aventuradas.

Ahora, por ejemplo, además de ver el cuerpo humano como un objeto estético, se le entiende como un epicentro político y económico. Está puesto en duda, en discusión. Más aún, deconstruido, ha dejado de ser mero escenario de representaciones (de género, de poder, de placer, de reproducción, de justificación), para disociarse de todos estos discursos que le atribuían significados. Es un recipiente vacío.

Hoy en día, un...

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