Cortan alas a aeropuerto en Atenco

AutorLuis Alegre

Los campesinos combaten el frío nocturno acercando las manos a los coches en llamas. Armados con palos, bombas molotov y machetes, cuidan las entradas al pueblo.

Decenas de camiones varados y piedras sobre el asfalto interrumpen por horas el tráfico en la carretera que une a Texcoco y Lechería.

Afuera del Auditorio Municipal, una turba clama la liberación de sus líderes, mientras retiene a un puñado de funcionarios estatales como rehenes. En el aire, la amenaza: si no atieden a sus reclamos, los representantes del Gobierno pagarán con sus vidas.

Ese día -11 de julio-, San Salvador Atenco, el pueblo que no quería un aeropuerto sobre sus tierras, se declara en pie de guerra: jugando al Estado de sitio, pone en jaque al Presidente de la República. Es una apuesta por el todo o nada.

Tierras sí, aviones no

San Salvador Atenco es un pueblo como muchos otros alrededor del Lago de Texcoco: aguas negras al aire libre, escasa infraestructura de servicios públicos, pocas calles asfaltadas y muchas otras de tierra, todas sucias siempre, con campos de cultivo contaminados por el salitre y cada día más mordidos por el cemento.

En torno a la Plaza Principal se localiza un auditorio que también fue cine, la Casa de la Cultura en ruinas, el atrio de tres pequeños templos y varios locales de quesadillas y papitas.

Un quiosco -con cafetería abajo y bordeado por bancas de cemento y jardineras descuidadas- ocupa el centro de la plaza.

El único edificio inútil es la Presidencia Municipal, una construcción de dos pisos, con balcones y arcos. Desde el 22 de octubre de 2001 dejó de funcionar.

Ese día se hace pública la expropiación de 3 mil 741 hectáreas de este municipio en favor del Gobierno federal, que recién había anunciado su decisión de construir en esa zona el nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México.

Nadie le pregunta a los vecinos de Atenco. ¡Tierras sí, aviones no!, gritan desde entonces. Toman la Alcaldía, corren al Edil Margarito Yáñez y las protestas se dividen.

Una parte importante de los ejidatarios recurre a las leyes para instrumentar su defensa. Piden la ayuda del jurista Ignacio Burgoa para presentar una solicitud de amparo contra la decisión gubernamental.

Los otros, aquellos vecinos agrupados en torno a Ignacio del Valle, líder de una organización denominada Emiliano Zapata, optan por radicalizarse. Es entonces que los machetes salen a relucir.

La primera vez que llaman la atención es cuando retienen a trabajadores del Gobierno y de una empresa privada que hacían mediciones en las inmediaciones del pueblo.

Luego, empujados y cobijados por gente del Frente Popular Francisco Villa, el Consejo General de Huelga de la UNAM y la disidencia magisterial, entre otras organizaciones, los de Atenco viajan a la Ciudad de México en repetidas ocasiones para manifestarse con machetes en lugar de pancartas.

El propio Jefe de Gobierno capitalino deja pasar los excesos de los ejidatarios, como aquella zacapela en la Avenida Zaragoza donde los granaderos son exhibidos.

Al menos un par de veces los inconformes llegan hasta las puertas de Palacio Nacional -empujándolas con un tractor- y tratan de hacer lo propio en Los Pinos. Otro día intentan meterse al aeropuerto capitalino, pero la Policía Federal Preventiva (PFP) les pone enfrente a sus agentes antimotines.

Todavía a mediados de año pretendían tomar las pistas del aeropuerto. Esos eran al menos los reportes del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen), la única instancia del Gobierno que de verdad veía con apuro a los atenquenses.

Por mis purititos machetes

Jueves 11...

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