Corto el triunfo, largo el olvido

AutorFernando de Ita

Por diversos caminos, dos grupos de artistas ligados directa o indirectamente al teatro universitario comenzó a mediados de los 50 la relectura de los clásicos españoles y la lectura de los nuevos autores europeos. La fama se la llevó el grupo de la Casa del Lago con Poesía en voz alta, aunque los notables artistas que formaron esa cofradía se dispersaron en seguida, mientras que los alumnos de Azar comenzaron a destacar en la escena por su perseverancia.

En 1963, Juan Ibáñez halló el texto ideal para dejar feliz a su mentor y llevar a cabo su rompimiento con la costumbre teatral de la época. Con Divinas palabras, de Valle Inclán, el joven director y sus compañeros de escuela inauguran el esperpento mexicano, adelantándose al trance grotowskiano y al delirio escénico de los 70. La enjundia del elenco, las imágenes exaltadas del director y el efecto teatral del montaje fueron premiados un año más tarde en el Festival de Nancy, lanzando a Juan al éxito personal que al correr de los años le fue más caro que la consolidación de su obra.

Entre 1966 y 1976, Juan Ibáñez desarrolló su talento dramático dentro y fuera del escenario, ensayando con La gatomaquia, de Lope de Vega; Olímpica, de Azar; Marate-Sade, de Peter Weiss; Triángulo español, de Becky, entre otros montajes, un lenguaje muy ecléctico en el que la influencia barroca de Azar se conjugó con la influencia surrealista de Luis Buñuel, para crear un fresco dramático en el que la tradición se vestía de esperpento para salir a escena. Hay que recordar, por otro lado, que los jóvenes contestarios de los 60 compartieron la visión de lo mexicano que puso en boga La región más trasparente, de Carlos Fuentes. Los mitos y la cultura popular, el dolor del mestizaje, la revolución traicionada y las contradicciones de la modernidad vistas por los hijos citadinos de Artemio Cruz, como nos muestra Los caifanes, la primera película del director de escena.

El primer teatro de Ibáñez responde sobre todo a la irreverencia de una generación que no tomó el camino de las armas, como algunos de sus contemporáneos, sino el de la vanguardia artística. Hacer Marate-Sade en México en 1968 era una provocación, una forma de tomar partido sin pertenecer a ningún movimiento político. Era una respuesta desde la imaginación que nunca tomó el poder, aunque se sirvió de él para repetirse a tal grado que el teatro de Ibáñez dejó de ser imaginativo para convertirse en reiterativo.

A mediados de los 70, Juan Ibáñez era...

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