El debate imposible

AutorEnrique Krauze

Para Germán Dehesa, que supo debatir

La noción de la Reforma como el "tiempo-eje" de la historia moderna mexicana es un hallazgo de Luis González y González. A partir de las reflexiones de Karl Jaspers, el historiador michoacano explicaba que el cambio que experimentó el País en aquella "gran década nacional", aunque menos violento que el de 1810 a 1821, fue más profundo y perdurable. La Independencia apartó la rama americana del tronco político español, pero dejó casi intocadas muchas ideas, creencias, costumbres, instituciones y tradiciones de los tres siglos virreinales. España se fue, pero lo hispánico quedó, y quedó también, tanto o más que la lengua, la más venerada de las tradiciones: la Iglesia.

Al modificar la matriz teológico-política de México, la Reforma dio un giro radical que la distinguió de otras experiencias iberoamericanas (como el caso de Colombia) y la acercó a la experiencia política e intelectual europea, en particular a la francesa. Al separar las dos antiguas Majestades, al tocar los derechos y los bienes de la Iglesia, al acotar sus vastas tareas en este mundo y aun su ministerio hacia el otro, la Reforma dividió la historia mexicana en un antes y un después; fue, en efecto, el "tiempo-eje".

Todos éstos son hechos conocidos; pero la Reforma fue nuestro "tiempo-eje" también en otro aspecto más sutil e inadvertido, un proceso de largo aliento que podríamos llamar de "mímesis" mediante el cual el naciente Estado liberal fue adquiriendo desde 1860 los rasgos de intolerancia que caracterizaron a la Iglesia mexicana de mediados del siglo 19, vinculada estrechamente, acaso como nunca antes, al Vaticano, y no a cualquier Vaticano sino al de Pío IX, es decir, al papado de mayor radicalidad ultramontana en aquel siglo. Tiempo después, el Estado revolucionario acentuó aún más ese proceso. Y en las décadas finales del siglo XX y principio del siglo XXI, un nuevo tipo de intolerancia apareció en nuestra vida pública, aunada a la intolerancia tradicional de la Iglesia y el Estado: la que ejerció y ejerce aún la clerecía de izquierda.

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Aunque los debates sobre la tolerancia de cultos datan de los primeros años de nuestra vida independiente, el hecho que marcó nuestra actitud histórica fue la radical intolerancia del clero frente a la Constitución de 1857. Antes de promulgada, los prelados mexicanos y el Papa condenaron la carta y, tras la promulgación, lanzaron el decreto de excomunión a quienes la juraran y cumplieran. El arzobispo de México dispuso que se negara la absolución a quienes no se retractaran del juramento, muchos de ellos empleados públicos que habían sido exigidos a hacerlo por sus superiores.

No sólo la versión liberal de la historia, también la moderada, y aún ciertos textos conservadores y autores académicos contemporáneos, han visto en esos hechos la causa principal del estallido de la guerra. El liberalismo católico, tolerante y moderado, que había predominado en el Congreso de 1856-1857, se hundió en la historia...

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