Un campeón debe sufrir

AutorYanireth Israde

Un campeón debe sentir dolor supremo ante la derrota. Es el credo del ruso Garry Kasparov, el ajedrecista más famoso del mundo, ganador de ocho olimpiadas, primer lugar durante 20 años en la disciplina, hasta su retiro, en 2005.

Le complacía jugar, claro, pero sufrir es un deber, insiste el "ogro" de Bakú, la ciudad de Azerbaiyán, donde nació en 1963.

"De lo contrario nunca serás un buen ganador. Tienes que sentirte verdaderamente mal cuando pierdes; perder es resultado de tus errores y tienes que castigarlos".

Pero no habla de sus debilidades: suele ocultarlas, admite durante una accidentada entrevista a bordo de una camioneta blanca que circula, escoltada por policías de tránsito, sobre Paseo de la Reforma, la noche del jueves.

"Soy un ser humano y estoy lleno de debilidades, pero describir mi carácter con sus pros y sus contras tomaría demasiado tiempo. Digamos que soy muy consciente de cuáles son mis pros y mis contras, y siempre estoy intentando que mis debilidades vayan 'debajo de la alfombra'", dice.

Kasparov llegó a un hotel de Reforma procedente de Toluca, donde jugó simultáneamente 20 partidas en una hora como parte de una exhibición.

En unos minutos se cambió de ropa -prescindió de la corbata, reemplazó el saco negro por uno azul- y abordó la misma camioneta escoltada que lo trajo de Toluca para trasladarlo a un domicilio en Lomas Virreyes, donde lo esperaban a cenar.

No detalla debilidades durante el trayecto, pero acepta que puede enfadarse cuando sus colaboradores no tienen la capacidad de "reconocer la realidad" o de mirar el tablero de la vida, como hace él, que pondera todas las variables posibles. Lo mismo hacen los padres cuando eligen la escuela para sus hijos, ha dicho.

¿Es usted perfeccionista?

"Digamos que me pondría un ocho sobre diez. No soy perfecto como 'perfeccionista'", juega con las palabraseste hombre que reside en Nueva York, en un exilio elegido por su oposición al régimen del presidente ruso Vladimir Putin.

Cuentan que el ajedrez fue un asidero en su niñez, cuando murió su padre. Se concentró en el deporte estimulado por Clara, su madre, quien le diseñó un futuro de campeón. A los 22 años ya ostentaba la corona del mundo.

Pero la noche del jueves, entre el ruido de los claxon y los automóviles que ruedan como en cámara lenta, el ajedrecista prefiere no detenerse en el pasado.

"Es muy difícil hacer ahora una especie de psicoanálisis sobre...

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