Derrumban mitos

AutorAriel Magnus

Pegarle a los grandes siempre fue un buen negocio; el golpe puede no hacer daño, pero el eco que produce suele tener las proporciones del que los recibe. Recientemente, han aparecido al menos tres libros que, si bien distintos en su concepción y en la talla del gigante que decidieron atacar, parecen no desconocer estas leyes de mercado. Ni dejaron de causar el revuelo correspondiente.

El primero de ellos es Googléame, de la francesa Barbara Cassin.

Filósofa y filóloga, alumna de Martin Heidegger y autora del Di-ccionario europeo de las filosofías, Cassin invierte todo su bagaje académico en desmenuzar las bases del buscador que acaba de alzarse con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación. Su punto de partida es la definición que Google da de su propia "misión": "Organizar toda la información del mundo".

A Cassin le basta explicar cómo funciona el sitio para poner en evidencia que esa organización de la información nada tiene de inocente. En primer lugar, porque está supeditada a la venta de publicidad y, segundo, porque confunde calidad con cantidad, ya que se basa en el número de links que citan cada página y no en su contenido.

"El fondo del problema es que la calidad es estrictamente una propiedad emergente de la cantidad", explicó Cassin. "Para la investigación, esto es muy grave, porque quiere decir que jamás algo que es nuevo y sorprendente será conocido".

Cassin considera que Google, a pesar de su afán de saberlo todo, en verdad sólo se queda en la opinión, la doxa, cuyo criterio de verdad radica en su repetición. El segundo punto que ataca la investigadora se desprende de un lema de Google que ya fue retirado de su página web, pero que seguramente sigue firme en el espíritu de esta multimillonaria empresa: "No seas malvado".

Esta elevación de una mera herramienta, un mero negocio, a instancia ética es lo que explica que el libro lleve de subtítulo La segunda misión de Estados Unidos, siendo la primera la lucha de Bush contra el mal en la forma del terrorismo. Es que, lo mismo que en Estados Unidos después del 11 de septiembre, en Google (y ni hablar en Gmail, el servicio de mail de la empresa), la privacidad no existe: los usuarios son espiados para vender sus datos a las compañías publicitarias, y si es necesario también al gobierno (merced al tristemente célebre Patriotic Act). Google negoció con la censura china para poder entrar a ese país, y advierte que todas sus reglas de uso pueden ser cambiadas en cualquier momento...

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