Todo por un descuento

AutorHaydé Murakami

Todo comenzó una tarde en la que estaba buscando la cartera para pagar la cuenta en El Péndulo. Por alguna razón la última vez que fui había dejado un boletito que me habían dado para contestar una pregunta, no sé si sobre hijas, matrimonios o películas, lo que sí recuerdo es que la respuesta era Woody Allen. El caso es que de pronto apareció ahí el papelito y lo deslicé en la charola de la cuenta junto con el dinero.

Así, sin pronunciar una palabra, el total se redujo el 20 por ciento. La verdad es que como mi cuenta de banco andaba un poco famélica me cayó de perlas el episodio. El problema fue que no paró ahí la cosa porque el mismísimo día fui al supermercado a comprar comida para el gato y resultó que en un concurso en el que uno participaba nomás comprando lo que iba a comprar, me gané 300 pesos en vales.

Yo me quedé con cara de que amaba a mi gato más que otros días, pero eso no fue todo, doctor, ¡no!, saliendo fui a recoger mis nuevos lentes y cuando me disponía a pagar descubrí que en la parte de atrás del ticket que me acababan de dar en el súper había un cupón impreso canjeable por 20 por ciento de descuento. No lo pude evitar, lo hice válido y descubrí que el saldo a favor de ese día sobrepasaba los 500 pesos.

A partir de entonces comencé tímidamente a introducirme en este mundo por el que el destino me llevaba y me di cuenta de que en estos asuntos, como en el ajedrez, gana el de la mejor estrategia, y a veces es todo un reto porque en unos segundos hay que sospechar y luego dividir, multiplicar, sacar porcentajes, restar y sumar.

Me pasó un par de veces que cai en promociones estúpidas y terminé pagando por un combo más de lo que hubiera pagado de pedir los productos sueltos, pero después de un tiempo me convertí en una profesional y ya nadie me toma el pelo. Lo que sí me quedó claro es que las ofertas sólo las aprovechamos los listos.

Claro, doctor, mis gastos se han reducido, pero temo que esto se esté volviendo una patología, usted me dirá, mire, por ejemplo, el otro día mi esposo cumplió años y yo prometí llevarlo a comer, a escuchar un concierto de jazz y al cine.

Me preocupaba que se viera de mal gusto cuando le dije al mesero que el lindo cumpleañero no pagaba (sí, he perdido la timidez en ese sentido, por si se lo preguntaba), mientras le enseñaba la copia del acta de nacimiento que traía cargando especialmente para la ocasión. El concierto, muy bueno, por cierto, era de entrada libre en el Cenart, y luego, cuando fuimos al cine, saqué mi boleto de dos por uno que me habían dado la semana anterior, cuando compré otro para completar la promoción que recorté de una revista.

Ahora mis cajones están llenos de vales, cuponeras, etiquetas, tickets y recortes de cereal, mi cartera se desborda de tarjetas de descuentos, sólo voy a los museos los domingos, que no cobran, y hasta estaba yo pensando en pedir un trabajo parcial de maestra para poder viajar al 50 por ciento de descuento.

¡Es que hay casi para todo!, bares, restaurantes, teatros, cine, conciertos, viajes, spas, libros, estéticas, cafés, ropa, electrodomésticos, exposiciones, cursos, talleres, bueno, hasta para pagar impuestos. Hay unos increíbles, como el...

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