Dos clásicos... tras las rejas

AutorAndro Aguilar

Fotos: Israel Rosas

En el Reclusorio Varonil Oriente, más de 200 Quijotes encarcelados luchan contra sus propios gigantes. Lo hacen vestidos de color beige, como lo marca el reglamento, de la mano de una veintena de Dulcineas provenientes de la Penitenciaría de Santa Martha Acatitla.

Son 280 actores y músicos que desde hace tres semanas, a través de la puesta en escena de Don Quijote, un grito de libertad, dan vida a los personajes creados por Miguel de Cervantes Saavedra, tan vigentes que muchos aseguran que les han cambiado la vida.

Este segundo lunes de abril es especial. Por primera vez, el trabajo actoral de los reclusos es observado por algunos ex internos que, como ellos, fueron Quijotes y Dulcineas en otras prisiones.

Las letras de Cervantes logran en esta cárcel lo que pocos programas de readaptación social: consiguen que los estigmas se difuminen, que actores y público, internos y externos, muchos desconocidos, se abracen con

lágrimas en los ojos al terminar la función.

Cervantes

Para ingresar al Reclusorio Oriente, el público debe cumplir con el protocolo. Los visitantes cruzan los arcos de seguridad y son revisados por los custodios; dejan una identificación oficial y reciben dos sellos invisibles en la parte interior del antebrazo derecho.

Rumbo al auditorio, donde se presenta la obra, es casi nulo el contacto con la población carcelaria. El centro está en calma. Desde esos pasillos, parece tratarse de un lugar distinto a ese territorio disputado por grupos criminales con asesinatos de custodios y amenazas a las autoridades. O un lugar donde los internos no se toman selfies con sus celulares, frente a dosis de cocaína o mariguana.

Hoy, la primera huella relevante de los reclusos se halla en el lobby del auditorio, donde fueron colocados los cuadros que ellos pintan, otra de las actividades artísticas realizadas en prisión.

La función de la versión libre del musical El hombre de la Mancha no está abierta al público en general. Los que asisten fueron previamente invitados. La intención es que los reclusos decidan hasta cierto punto ante quiénes desean mostrar su trabajo.

Entre los asistentes hay internos del propio penal, pero también ex reclusos de ahí y de los Ceresos de Atlacholoaya, Morelos, y de Querétaro. También acuden académicos, estudiantes de derecho y actores profesionales, cuyo número es menor que las alrededor de 200 personas del cuerpo actoral que llenan el escenario.

Antes de comenzar la función, el director Arturo Morell presenta a Bernardo Vega en las coreografías y Luis Cardoso en la música, quienes ofrecen frente a todos un breve calentamiento de voz y músculos. Morell resume, en unos minutos, los ejercicios de respiración que en los ensayos les llevan varias horas.

El director pide al público que también participe. Argumenta que en esta obra no existe la llamada cuarta pared. Juntos alzan y bajan los hombros. Dibujan círculos con la cabeza. Frotan sus palmas como si combatieran el frío. Estiran los brazos hacia arriba, contienen el aire y exhalan.

"Cerremos los ojos. Vamos bajando los brazos sin abrirlos, respiramos", ordena Morell, "vamos a perdonarnos por todo lo que hayamos hecho, por lo que hayamos dejado de hacer. A quien nos haya dañado, engañado. Nunca hay que dejar de creer y confiar aunque nos hayan fallado".

El director habla a una comunidad cuya mayoría espera una resolución jurídica que los libere o condene por los delitos imputados.

"Vamos a silenciar nuestro ego. Vamos a conectar con nuestro más profundo ser, al que no podemos engañar. No importa si somos culpables o inocentes. Somos seres humanos con todo el derecho de rectificar".

Morell convoca a un grito que...

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