Estética de la deformidad

AutorJesús Pacheco

La caja había sobrevivido al tiempo y a la catástrofe. A pesar de lo cerca que le había tocado vivir el ataque nuclear y numerosos bombardeos americanos, la caja adornada con elegantes ideogramas japoneses había llegado hasta el escritorio de Akimitsu Naruyama, coleccionista de arte en Tokio. El contenido de la caja confirmaba su idea de que una peculiar tristeza era inherente a la estética tradicional japonesa. Cuando la abrió, descubrió pequeños paquetes envueltos en celofán. Abrió uno de ellos. Contenía imágenes de hombres, mujeres y niños de rostros indescriptibles. La caja emanaba un olor extraño, que incluso mareaba. Akimitsu estaba estupefacto. Antes de abrir el siguiente paquete, olió una vez más. Las fotografías evocaban en él un mundo irreal que le parecía salido del teatro Kabuki, al lado de nombres de enfermedades que ya no se escuchan por estos días. Quienes aparecían en las fotos se mostraban tristes, justo como muchos de los personajes de los libros ilustrados que Akimitsu solía leer cuando era niño. Esos documentos gráficos de sufrimiento que Akimitsu tenía en sus manos no sólo registraban síntomas de enfermedades; también estimulaban su imaginación hasta recrear mentalmente el posible oficio de quien tenía ante sus ojos.

Se preguntó si el hombre con el enorme absceso en la pierna no sería un kadozuke (esos artistas itinerantes que viven de limosnas a cambio de hacer trucos y leer los sutras frente a las puertas de la ciudad) o un zato (nombre dado a los ciegos que tocaban instrumentos japoneses, como la biwa o el koto, o bien daban masajes y acupuntura, siempre ajuareados de monjes). El atuendo de satín y el peinado coronado con flores de la mujer con un gran tumor en el cuello trasladaron a Akimitsu a alguna zona roja, pero de finales del siglo 19.

Entonces Akimitsu decidió tomar la pluma para escribir sobre el sufrimiento y la tristeza en la cultura japonesa. Serían algunas de las líneas incluidas en la edición de Dr. Ikkaku Ochi Collection (Scalo), el libro en que publicaría las fotografías que tenía enfrente. En la hoja de papel, escribió que en el Japón antiguo la estética tenía una conexión más fuerte con los fantasmas y los espantos que la que tiene ahora. Durante las ausencias del jefe de la casa, la gente de Tokonoma colgaba la pintura de un fantasma. Para asegurar su éxito, los cuentacuentos tenían representaciones de espíritus malvados en los forros de sus ropajes. Otros imprimían en sus atuendos la imagen de...

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