La Fe en la palabra

AutorAndrés Sánchez Robayna

De pocos poetas españoles de la segunda mitad de este siglo ya casi extinguido puede decirse con más propiedad que de José Angel Valente que han creado su propio espacio poético. Desde un principio, la fe en la palabra ha sido el elemento más característico de una obra cuyo título primero, A modo de esperanza (1955), puede ser interpretado ya, me parece, en tal sentido, es decir, en el de una fe y una esperanza irrenunciables en un tiempo particularmente negador de ellas y en un espacio figurado bajo la especie de un desierto. "Cruzo un desierto y su secreta/ desolación sin nombre", dicen los versos con los que esta obra poética se abre. Casi 50 años después, aún habla esta escritura de "abrasadas arenas", de una "paramera sin fondo". "Estábamos en un desierto confrontados con nuestra propia imagen que no reconociéramos", leemos en Nadie (1996), la más reciente entrega del autor. La idea del desierto como espacio de soledad o desolación al que nos ha conducido la historia se funde con el simbolismo del desierto como espacio de reflexión y de expiación del ser.

Entre aquellos años iniciales y estos últimos, la poesía de Valente no ha dejado de entregar su respuesta; su fe en un tiempo y un espacio originarios, pero también su testimonio de la herida y la deflagración del hombre. He subrayado de una manera intencional los dos valores de la imagen del desierto en esta poesía, pues esa imagen resume en cierto sentido, a mi juicio, el proceso evolutivo que esta obra poética dibuja desde los años 50 hasta el presente. En efecto: hasta finales de los años 70, esta escritura, que empezó inscribiéndose -con un sello propio- en la matriz realista de un sector mayoritario de la literatura española del momento, exploró una dimensión moral de la palabra, una dimensión que privilegiaba, ciertamente, la palabra en la historia. No hace falta decir, sin embargo, que se trató de una aventura rigurosamente personal, ajena a todo sentido de esquema grupal o generacional, dentro del que esta obra, así y todo, ha sido y sigue siendo vista hoy con frecuencia.

Merece este punto, en rigor, ciertas precisiones y aclaraciones. Valente compartía con la lírica española de ese periodo -con un sector muy amplio de ella, para ser más exactos- la voluntad realista, e incluso participó de manera activa en la fijación de uno de los principales símbolos con los que la llamada "generación del 50" quiso identificarse: el "ejemplo" de la obra y la actitud civil de Antonio Machado, a quien se rindió un significativo homenaje en Collioure en 1959 al cumplirse los 20 años de su muerte. Sin embargo, nadie más crítico (salvo, quizá, Luis Martín-Santos y Juan Goytisolo, en el ámbito de la novela) con los "patrones" del realismo imperante y con determinada interpretación materialista de la historia que un poeta que supo denunciar oportunamente lo que llamó el formalismo temático, esto es, la rigidez ideológica que arruinaba desde su misma raíz tanto las posibilidades literarias del realismo (la posibilidad de "conversión del lenguaje en un instrumento de invención, es decir, de hallazgo de la realidad", para decirlo con las propias palabras de nuestro poeta) como la posibilidad misma de una "poesía verdadera". Aun cuando sus poemas se inscribiesen, lato sensu, en la poética del realismo imperante, el distanciamiento de Valente respecto a unos determinados "patrones" realistas en verdad, encorsetados y empobrecedores, fue haciéndose cada vez más evidente.

La empresa de despragmatización del lenguaje que toda "poesía verdadera" empieza por proponer desde su mismo nacimiento es, ciertamente, una condición includible con respecto a la sola posibilidad de existencia de tal poesía. Buena parte del realismo entonces dominante en España careció de verdadera entidad literaria a causa de una instrumentalización del lenguaje que venía a contradecir la raíz misma de lo poético. Ya que no en todos, en algunos de los poemas de Valente escritos en este periodo se observa un radical impulso eversivo de toda idea de "premeditación" verbal; o, lo que es lo mismo, de toda manipulación del lenguaje -un lenguaje que en esta obra, por el contrario, recubre en su absoluto misterio la más honda raíz de lo poético. No es extraño que esos poemas -citaré sólo, a manera de ejemplos, los titulados "Sobre el lugar del canto", "Un canto" o "Sobre el tiempo presente" -estén entre los mejores de la poesía española del periodo postbélico, y que, en esa línea u orientación, sólo se les pueda comparar, a mi juicio, los debidos a Blas de Otero, un poeta que, como Valente, aunque desde posiciones distintas a las de éste, supo también, de manera lúcida, preservar su lenguaje de toda "premeditación", de toda instrumentalización.

Palabra en la historia, así, pues; pero palabra que aspira al "hallazgo de la realidad". Pronto fue consciente el poeta de que -para decirlo con Maurice Merleau-Ponty- lo real "es aquello que nos exige creación constante a fin de que podamos experimentarlo". Es la realidad como creación que el lenguaje recubre; la realidad como aquello de lo cual el lenguaje da testimonio, sí, pero...

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