Germán Martínez Cázares / ¿Día del Presidente?

AutorGermán Martínez Cázares

Una de nuestras "mediocridades constitucionales" es la figura del informe presidencial. Ni es informe, ni es diálogo, ni es debate, ni mucho menos es una efectiva rendición de cuentas del presidente de la República a la representación nacional.

Atrás quedaron los días donde una perorata presidencial inundaba el Palacio Legislativo de San Lázaro (o más atrás, el de Donceles en el centro de la Ciudad de México) y obligaba a encadenar las radios y televisiones del país para escuchar al Presidente recitar loas de su propia tarea de gobierno. Incluso recuerdo con cierta nostalgia que alguno de los alcaldes del pueblo de mi infancia en Michoacán, Quiroga, hacía colgar del kiosco de la plaza unas viejas bocinas grises marca Radson, para invadir todas las casas con el sonsonete del bla-bla-bla presidencial.

Desde el texto original de la Constitución de 1917, se obligaba al presidente de la República a "asistir" al Congreso y presentar un informe por escrito de su labor de gobierno. Poco a poco esa ceremonia de indebido lucimiento presidencial fue convertida, por algunos senadores y diputados vocingleros, en un condenable espectáculo circense para protagonismos estériles que deterioraron (más) al parlamento. El "informe" de una sola voz se transformó, de pronto, en una distracción de gritos cómico-políticos.

La Constitución se reformó en 2014 con la intención manifiesta de terminar con esos sainetes tan bochornosos para la sana relación entre el Poder Ejecutivo y el Legislativo (y evitar los sabotajes de la minoría lopezobradorista). Se logró arruinar el borlote a los rijosos, pero quedó pendiente el equilibrio y contrapeso entre poderes.

El Presidente cumple con "presentar" un documento. Ahora se lleva "su" espectáculo a Palacio Nacional, y frente a las cámaras de televisión vuelve a empapar con su discurso a todo el país. Los legisladores ayer se aplaudieron solos, pueden "preguntar" al Ejecutivo, pero "por escrito", incluso pueden "citar" a los secretarios de Estado para rendir, eso sí "bajo protesta de decir verdad", pedazos del famoso informe. Y por si fuera poco, la Suprema Corte de Justicia, o su presidente, rinde informes en su propio edificio. Conclusión: en la democracia mexicana los Poderes de la Unión no conversan institucionalmente. Sus entrevistas o visitas son mal vistas, no son apreciadas como parte de la vida...

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