La Globalización improvisada

Para Martín y Silvia, por sus 25 años en México

Si escribir sobre la globalización, como dice Arjun Appadurai, es "un moderado ejercicio de megalomanía", la Ciudad de México, por su tamaño, es un escenario óptimo para intentarlo. Además, nuestra megalópolis cumple con los cuatro requisitos que suelen pedirse para ser una ciudad global: fuerte presencia de empresas transnacionales, mezcla multicultural de pobladores de distintas regiones del país y de otras naciones, prestigio obtenido por la concentración de élites artísticas y científicas, así como un voluminoso turismo internacional.

Aun cuando el desarrollo contradictorio de nuestra capital no permite colocarla entre las urbes globales más reconocidas (Nueva York, Londres y Tokio), el potencial de la Ciudad de México en la economía regional y mundial lleva a que los especialistas la sitúen en un segundo bloque, junto a Barcelona, Berlín, Bruselas, París y Hong Kong. Como esas ciudades, la capital mexicana se distingue por irradiar actividades financieras, de consultoría, publicidad, diseño, gestión de industrias audiovisuales e informáticas. (Borja-Castells, Sassen)

Apenas comienza a reconocerse que estos recursos culturales y comunicacionales podrían contribuir al desarrollo socioeconómico de la capital y a renovar su deteriorada vida pública. Estas páginas quieren sugerir cómo habría que reformular, con este fin, las políticas culturales.

Ver más allá de la contaminación

El Museo de la Ciudad no tiene colección de arte actual ni de obras históricas, y sólo se reactivó en los últimos cinco años -con exiguo presupuesto- para realizar exposiciones temáticas sobre la vida urbana. Tampoco cuenta el gobierno capitalino con una política de adquisición para ir formando acervos de materiales y documentos que guarden memoria de la ciudad, ni para establecer colecciones de obras artísticas. Hay que decir que estas acciones también han sido mínimas en el gobierno federal, y lo poco que se hacía fue desvaneciéndose luego de la crisis económica de 1982.

En consecuencia, una de las capitales del arte latinoamericano está perdiendo la posibilidad de que nuevas generaciones vean lo creado en las últimas cuatro décadas. Muchas obras valiosas fueron vendidas en otros países o están diseminadas en colecciones privadas. Para los millones de extranjeros que visitan cada año la Ciudad de México no hay un edificio donde puedan conocer en forma panorámica y razonada cómo es el arte producido en México después del muralismo y del geometrismo. Esta ausencia del país contemporáneo refuerza la imagen internacional de nuestra cultura como la de un lugar donde hubo pirámides, muralistas y Frida Kahlo. Es difícil explicar a amigos de otros rumbos o a los jóvenes de aquí que tuvimos expresionismo abstracto, arte conceptual, apariciones novedosas de arte público y experimentación plástica después de 1968. La ciudad que ha recibido atención en revistas artísticas y políticas, en diarios y televisión, por sus movimientos rebeldes e innovadores, las batallas por la democratización, el feminismo y los movimientos juveniles de los 70, los 80 y los 90, sólo es publicitada ahora en el mundo por sus récords de contaminación y peligrosidad. Mientras los movimientos culturales se apagan y los protagonistas van muriendo, las obras y los objetos se dispersan.

Uno de los retos de México es qué hacer con los vacíos de nuestra historia cultural reciente. No es posible situarse creativa y competitivamente en un mundo globalizado sin poder presentar ante la mirada de otras culturas qué producimos en las últimas décadas, cómo fuimos preparando e improvisando nuestro ingreso en la globalización. Los investigadores que con esfuerzos, casi siempre individuales, cubren estos huecos deben actuar como detectives en archivos privados, y a veces ir a buscar en bibliotecas y colecciones de arte de Estados Unidos.

Recursos culturales del nuevo siglo

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