La gran rebelión

AutorChristopher Domínguez Michael

FOTOS: MARÍA GARCÍA

Las luces de bengala era la señal esperada por el Batallón Olimpia, compuesto de guardias presidenciales vestidos de civil e identificables por un guante blanco, que, apostado en las azoteas de los edificios, disparó contra la multitud para hacer creer a los soldados (ignorantes del operativo paramilitar) que los agresores eran los estudiantes, motivo por el cual la tropa empezó a disparar sin orden ni concierto. El general al mando de la operación, José Hernández Toledo, recibió un balazo en el tórax. Es sorprendente, además, que dada la crudeza de los acontecimientos y la confusión en que ocurrieron, el número de víctimas mortales haya ido decreciendo con los años. Octavio Paz, en Postdata, habla de que "The Guardian, tras una investigación cuidadosa, considera la más probable: 325 muertos" (1), aunque las estimaciones más recientes hablan de menos de 100. Es extraño que una ciudad como la de México, gobernada por la izquierda desde 1997 y donde el 2 de octubre es día de luto oficial, nadie se haya animado a dar más nombres de los asesinados ese día.

Jorge G. Castañeda, un antiguo comunista convertido a posiciones liberales que le permitieron ser canciller en el gobierno de Vicente Fox, ha dicho que exagerar el número de víctimas fue conveniente, durante décadas, para ambas partes: a los gobiernos del PRI, esa reputación genocida les permitía hacerse temibles ante una izquierda a su vez permanentemente enlutada y sedienta de martirologio (2). Paz, con su polémica interpretación sacrificial del 2 de octubre en Postdata, contribuyó paradójicamente al poderoso mito regenerador del 68. Caricaturizando esa visión de Paz, no faltó quien dijera que la sangre derramada en Tlatelolco alimentaría un nuevo ciclo, un nuevo sol.

Lo que no es un mito es que las Olimpiadas se desarrollaron en paz. El Consejo Nacional de Huelga (CNH) decretó una "tregua olímpica" y, al terminar ésta, con los juegos, aumentaron las denuncias públicas del crimen de Estado al tiempo que el movimiento se descubría del todo derrotado.

El gobierno, pese a que hubo protestas frente a algunas de sus embajadas, no pagó mayor costo político internacional por la represión, según Castañeda, y Díaz Ordaz murió convencido de que había salvado a México de una conjura comunista. En su siguiente informe, el 1 de septiembre de 1969, en un gesto inusual entre los autócratas latinoamericanos, asumió toda la responsabilidad por la represión. Al inaugurar los juegos, recibió una fuerte rechifla en el Estadio Olímpico y algunos estudiantes se las ingeniaron para que un papalote con una paloma negra sobrevolara el palco presidencial en muda señal de luto. El 2 de octubre de 1968 inició una larga cuenta regresiva que daría fin, treinta y dos años después, al régimen original de la Revolución mexicana, desalojado del poder, electoralmente, en 2000.

El embajador Paz no pensaba lo mismo del 68 mexicano que el poeta Paz del 68 francés. A fines de agosto, recibe en Nueva Delhi, por órdenes del secretario de Relaciones Exteriores, Antonio Carrillo Flores, la instrucción de elaborar un informe sobre qué medidas tomaría la India en caso de enfrentarse a agitaciones estudiantiles como las que sufría México. El 6 de septiembre, Paz contestó con un informe oficial y una reflexión personal, que como bien dice Guillermo Sheridan, será el germen de Postdata. En aquel informe, Paz le dice a su jefe "el problema me preocupa y me angustia" y que se atreve a enviarle "reflexiones que nadie me ha solicitado" porque "si me he excedido como funcionario, creo que he cumplido mi deber de ciudadano". "Los disturbios estudiantiles", apunta Paz, "forman parte de nuestro desarrollo" y no son "una crisis social sino política", iniciada hace más de diez años antes con los movimientos sindicales magisteriales y ferrocarrileros. "En el fondo", dice el embajador Paz, "el problema consiste en introducir un equilibrio entre el desarrollo económico, el social y el político. Agrego que la reforma de nuestro sistema político aceleraría el progreso social" y sería benéfico para la economía. "La reforma de nuestro sistema político", concluye, "requiere no sólo realismo sino imaginación política" (3).

En la nota manuscrita personal que acompaña ese oficio confidencial, rescatada por Enrique Krauze de los archivos de Carrillo Flores, dice Paz: "La segunda parte de mi informe contiene apreciaciones personales sobre la situación mexicana porque no pude ni quise contenerme" y le reafirma que las nuevas clases mexicanas, hijas de nuestra propia versión de la abundancia son grupos que "de un mundo intuitivo encuentran que nuestro desarrollo político y social no corresponde al progreso económico. Así, aunque a veces la fraseología de los estudiantes y otros grupos recuerde a la de...

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