Guadalupe Loaeza / ¡Bendito amparo!

AutorGuadalupe Loaeza

Ayer, la ciudadanía recibió una espléndida noticia de interés nacional, un anuncio el cual seguramente tranquilizó a mucha gente, en especial a aquellas personas que les han sido violentados sus derechos constitucionales. Al enterarme que: "el Presidente Enrique Peña Nieto promulgó la Ley de Amparo, la nueva ley que permitirá a los ciudadanos interponer un amparo en caso de violaciones a sus derechos y garantías contenidos en la Constitución y en instrumentos internacionales" (Reforma, 1o. de abril), no pude evitar acordarme del caso de doña Silvia Valle Flores, madre de un joven al que conocí (1980) siendo estudiante de derecho, en la Universidad Autónoma Metropolitana. Entonces Rutilo (en latín significa "que brilla como el oro") era uno de los mejores estudiantes de su generación. Nunca faltaba a sus clases; cada vez que lo veía estudiando con una de mis sobrinas, llevaba como libro de consulta: Lecciones de amparo de don Alfonso Noriega Cantú, cuyo prestigio como especialista, precisamente, del amparo, trascendió a varias generaciones de abogados mexicanos. Me llamaba mucho la atención que a pesar de su corta edad, Rutilo ya le hacía trabajos al notario Tomás Lozano. De allí que cada vez que lo veía, le decía: "tú vas llegar muy lejos en la vida". Él me sonreía y respondía con una voz muy jovial: "que tenga usted voz de profeta".

Lo que nunca imaginé fue que muchos años después de no saber de aquel estudiante inquieto, inteligente y extremadamente trabajador, fuese víctima de la falta de garantías que tanto había leído en el libro del Chato Noriega y escuchado en las clases de su maestro, Luis de la Barrera. Hace dos semanas, leí en la revista Proceso (17 de marzo) una carta firmada por doña Silvia. No lo podía creer, Rutilo, ¿en la cárcel? ¿Cómo? ¿Qué le había pasado? Mis ojos extrañados leyeron cómo lo explica su madre, desde el primer párrafo: "Soy la señora Silvia Valle Flores. Tengo 87 años de edad. Tristemente, escribo a su revista desde el lugar donde me encuentro escondida. Así es, a mi edad, la justicia del Distrito Federal me considera una delincuente de gravedad. En efecto, la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal y el poder judicial de esta ciudad han legitimado una ilegalidad y de paso me han convertido en prófuga. Y por lo mismo me siento secuestrada por las autoridades". En su carta abierta cuya publicación es responsabilidad de su abogado, Agustín Acosta, doña Silvia nos explica por qué tres de sus hijos...

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