Guadalupe Loaeza/ San Juan Diego

AutorGuadalupe Loaeza

De todas las visitas que le he hecho a la Virgen de Guadalupe, en mi vida, nunca lo había hecho a las 5.45 am. "He de estar soñando", me dije al mostrar el boleto azul al edecán con el objeto de que me señalara mi lugar. Era de noche cuando tomé el taxi en mi casa. Así de oscura continuó cuando llegué a las puertas de la Basílica. Frente a ellas había filas interminables de gente ansiosa por entrar al templo. Las mujeres por un lado, los hombres, por otro. No hacía frío. El ambiente se sentía cálido. Todos estábamos allí por una sola razón: en unas horas Juan Diego se convertiría en santo. A esa hora de la madrugada la Basílica ya estaba prácticamente llena. La nave principal estaba ocupada por decenas de sacerdotes; jóvenes, viejos, canosos, chaparros y altos; gordos y flacos. Todos tenían cara de satisfacción. Sí, seguramente se sentían satisfechos porque sabían que con la canonización de Juan Diego, la Iglesia mexicana cobraba mayor fuerza. Sabían que con la visita de Juan Pablo II, la imagen del clero se reivindicaba ante los ojos de millones de fieles mexicanos. Y sabían que esta era una oportunidad Di-vi-na para poder rescatar a todas las ovejas que andan pastando en los campos de otras iglesias. Vi pocas monjas. ¿Habrá sido porque no les tocó el mismo número de boletos para asistir a la canonización de Juan Diego, que a sus hermanos los sacerdotes? A pesar de esta posible injusticia de género, me dio gusto ver que la asistencia era sumamente democrática. En otras palabras, había de chile, de dulce y de manteca. Al lado de parejas burguesas, se encontraban personas de extracción muy modesta. Igualmente vi muchos indígenas vestidos con sus atuendos originales.

El ensayo general del acto empezó a las siete de la mañana. Las instrucciones del conductor eran dichas con mucha energía y rigor. El equipo de edecanes iban y venían con más y más fieles. Tal como las circunstancias lo exigían, lo hacían con mucho respeto y formalidad. "Por aquí, por favor". "A usted le corresponde la sección amarilla que es del otro lado". "No, no se puede instalar en cualquier lugar. Tiene usted que dirigirse hacia el color que le tocó", decían muy quedito vestidos con su blazer azul rey. Mientras tanto, desde mi lugar, observaba la actitud de la gente. Todos se veían emocionados. Felices de haber podido obtener uno o varios boletos para presenciar un día histórico para los católicos. Al ver a toda esa multitud pensé que el pueblo de México, además de globero...

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