Hipotecando el futuro

AutorJorge Alberto Lozoya

Acabo de terminar de leer en Kuala Lumpur el libro que usted empieza a hojear. Por razones que nunca tuve muy claras, la inteligente editora del volumen, Érika Ruiz Sandoval, me pidió este texto para presentar los interesantes ensayos aquí impresos, escritos por autores de la generación de mis alumnos, hoy por mérito propio connotados maestros. En todo caso, la tarea me resultó muy satisfactoria.

Hace más de 40 años vengo diciendo que el futuro del mundo se definirá en Asia. Por lo tanto, radicar temporalmente en el Sudeste Asiático sirviendo a la política exterior de México gracias a la generosidad del presidente Felipe Calderón es un enorme privilegio. El profeta que vive el tiempo suficiente para ver sus buenos presagios realizados es muy afortunado.

Muchos mexicanos no saben siquiera dónde está Malasia. A una popular periodista le tuve que bosquejar un mapita en una servilleta de coctel para mostrarle que estoy ubicado en uno de los centros del nuevo mundo. Esto no es una exageración, el Estrecho de Malaca lo transitan diariamente tres veces más buques que los que cruzan por el Canal de Panamá, transportando casi la mitad del comercio mundial. Su protección contra el crimen organizado (piratería, terrorismo, tráfico de drogas, personas y armas) se lleva a cabo de manera exacta y puntual por las fuerzas de tierra, aire y mar de Malasia, Singapur e Indonesia, con la cooperación científico-tecnológica del Reino Unido, Australia y, naturalmente, la Séptima Flota de la Armada de Estados Unidos.

En el momento de su independencia, negociada pacíficamente con Inglaterra en 1957, Malasia tenía un ingreso per cápita similar al de Haití; hoy, la capacidad adquisitiva de los malasios supera a la de los mexicanos. Con 23 millones de habitantes, Malasia recibe anualmente 21 millones de turistas extranjeros que disfrutan de sus selvas -el orangután es el animal nacional (orang utan, hombre de la selva en lengua bahasa malaya)-, playas y arrecifes de coral, amén de conocer el gran patrimonio cultural de Malaca y Penang. En Kuala Lumpur -y durante una misma jornada-, el visitante puede ascender los más de ochenta pisos de las espectaculares Torres Petronas (la corporación estatal Petronas es el equivalente malasio de Pemex) y adentrase en las cuevas de Batú, el más sagrado templo hindi de la península (donde un millar de monitos propietarios del recinto natural hacen favor a los humanos de permitirles el acceso), para después terminar la tarde escuchando el sereno brotar de la fuente entre los mármoles del magnífico Museo Islámico.

Ante el enorme éxito que este país ha conquistado, es de comprender que los malasios dedicaran mil quinientos millones de dólares a la celebración del cincuentenario de su independencia nacional. Una mitad del monto provino del gobierno federal, mientras la otra fue proporcionada por el sector privado. En marzo del año conmemorativo, 2007, el ministro de Turismo me dijo que ambas partes ya habían amortizado su inversión para entonces.

El lema internacional del festejo fue Come share with us!. Si usted les tomaba la palabra y compraba su boleto, por ejemplo, en Londres, salía de la agencia de viajes con el pasaje, la reservación de hotel y, además, los boletos para sus entretenimientos favoritos: deportes, conciertos, folclore... De las regatas de lujo en Borneo y la Fórmula Uno automovilística hasta conciertos de ópera o de rock pospunk en Kuala Lumpur, todo estaba en la computadora de la agencia para que usted incluso seleccionara su butaca en los eventos.

Los invitados de honor de las celebraciones fueron los soldados británicos sobrevivientes de entre los que servían en Malasia en el momento de la independencia y, por ende, combatieron la subversión comunista apoyada desde Vietnam y China. Ahora ya ancianos, orgullosamente uniformados de gala marcharon junto con los gallardos jóvenes de ambos sexos de las Fuerzas Armadas de Malasia, en el Gran Desfile Conmemorativo ante S. M. el Rey Mizan Zainal Abidin.

La más entrevistada por los medios fue una modesta sargento inglesa entonces muy jovencita que, a lo largo de 1956, sirvió de chofer al jefe de la delegación malasia y Padre de la Patria, Abdul Rahman, durante el largo transcurso de las negociaciones en Londres. Vino acompañada hasta de sus bisnietos y, desde luego, participó en el desfile. Habida cuenta de que toda lectura es por definición subjetiva, advierto entonces que la mía estuvo impregnada de la atmósfera de optimismo y triunfo que campea por todos los ámbitos de Asia Pacífico.

Tras reflexionar sobre los textos de este interesante libro, concluyo que el principal problema de México es su élite, que no cabalga ni desmonta. Según enseñan los maestros marciales de Oriente, el perdedor tiene la culpa de todo lo que le pasa; en el mejor de los casos, su martirio es el castigo por los errores tácticos cometidos. Tiene razón el siempre brillante Jesús Silva-Herzog Márquez cuando se desespera y dice que los términos del debate político mexicano siguen siendo del siglo XIX. Mi padre, al que mucho admiré, me decía, cuando yo estudiaba en El Colegio de México y lo tanteaba con mis inmaduros conocimientos de ciencia política importada, que "si en nuestro país se te agotan los instrumentos analíticos, debes ir a buscar dónde están el dinero mal habido y los ranchos peor adquiridos". Medio siglo después de aquel sabio consejo, habría que incluir en la indagación las mansiones en Miami o en alguna otra latitud del Primer Mundo y las acciones...

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