Indecisos pero no aburridos

AutorAndrés Hoyos

Cuentan que cuando le preguntaron a Chou En-Lai sobre el significado de la revolución Francesa, él respondió: “es demasiado pronto para saber”. La sagaz exageración lleva implícita una salvedad, hecha la cual procedo con el vistazo que me piden sobre los cambios sucedidos en la cultura en Colombia a partir de 1993. Soy, por si la información ayuda a entender mi óptica, un escritor y editor que se debate en medio de ese doble y tal vez contradictorio ejercicio.

La impresión panorámica inicial es que a lo largo de los últimos 10 años ha pasado muy poco de verdadera significación en la cultura en Colombia, con un par de excepciones que examinaré al final del texto. Miremos primero la cultura en la acepción extraartística, es decir, en el sentido etimológico de “cultivo” general del conocimiento. Si los índices de lectura son una medida reveladora del desarrollo de una cultura, hay que decir que en Colombia no se lee más que hace 10 años; el consumo de libros per cápita sigue siendo ridículo, apenas un ápice más de medio libro por habitante por año, incluyendo los libros de texto. Es cierto que en Bogotá se construyeron en este lapso tres bellas bibliotecas públicas nuevas, y que las mejor dotadas del país, empezando por la Luis Angel Arango, funcionan a mil por hora. No obstante, el acervo de libros disponibles es minúsculo cuando se mide en términos de la población total del país.

La educación básica, otro indicio importante del futuro de cualquier cultura, sólo hace poco se volvió una prioridad en Colombia. Así y todo, el dinero que hay para mejorarla es todavía escaso si a lo que se aspira es a desatar una revolución educativa, como dice el gobierno. Pero hay conciencia de que la educación es el rubro donde el dinero público está mejor invertido y se trabaja con ganas. De nuevo, Bogotá lleva la batuta con remozamientos de primer orden en planta física y en políticas educativas. La educación superior muestra un porcentaje levemente mayor de estudiantes universitarios y de postgrado en 2003. Sin embargo, el aumento no es nada del otro mundo, y en el aspecto fundamental de la investigación los índices una vez más van de pobres a paupérrimos.

Se debe destacar que en la totalidad del sistema se hicieron a un lado premisas absurdas que eran paradigmas hasta hace apenas 10 años: la inamovilidad belicosa de los educadores cimentada, dicho sea de paso, en la mala paga, la irresponsabilidad de casi todo el mundo hacia los resultados del proceso educativo y el burocratismo extremo que reinaba en el Ministerio de Educación, considerado durante décadas como una dependencia de segundo orden.

La televisión es otro factor que incide en la cultura genérica de un país. Pues bien, en Colombia la programación se diseña en la actualidad para espantar a la cultura, sobre todo cuando se trata de las franjas de alta audiencia, más o menos de la misma forma en que se diseñaba hace 10 años.

Ahora ruedan con mayor éxito telenovelas y otros seriados exportables, y esto, que a algunos intelectuales puros alarma e indigna, a mí me parece positivo sin que tampoco lo considere ninguna revolución espiritual. A diferencia de los insufribles realities cuyos esquemas se importan y que por lo pronto pasan aquí en horario familiar, vaya uno a saber por qué, la televisión popular de ficción es algo que hace más bene. cio que daño. Lo importante sería, claro, que corriera pareja con una televisión pública de alta calidad, idea crucial que se ha planteado, pero cuyo desarrollo sigue por verse.

La gran prensa colombiana tuvo una época casi dorada por allá en los años 50 y 60 para luego venir a menos, y hoy es igual de...

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