Jaime Sánchez Susarrey / Mitos compartidos

AutorJaime Sánchez Susarrey

Federico Nietzsche fue contundente en su definición: "el Estado es el nombre que se le da al más frío de todos los monstruos fríos. El Estado miente con toda frialdad, y en su boca se agita esta mentira: 'Yo, el Estado, soy el pueblo'".

No hay ninguna evidencia que Carlos Marx haya leído a Nietzsche, pero no hay duda que hubiera suscrito la definición anterior y le habría agregado: el Estado está al servicio de la clase dominante; es el instrumento de la burguesía para dominar al proletariado.

Para Marx una sociedad libre de dominación y explotación implicaba la supresión de la propiedad privada, es decir, del capital y el trabajo asalariado, y la extinción del Estado.

Dicho de otro modo, Marx jamás se tragó el cuento hegeliano que el Estado es la encarnación del interés universal de una sociedad. Sus tesis estaban más cerca de los anarquistas, pero sostenía que el Estado no podía aniquilarse, sino extinguirse paulatinamente.

El destino del marxismo, ya convertido en dogma, fue paradójico. En Europa la socialdemocracia abandonó las tesis más radicales de Marx, optó por el reformismo y se convirtió al estatismo, es decir, glorificó al Estado como instrumento para mayor igualdad.

Paralelamente, en los países donde triunfaron los comunistas se instauró la "dictadura del proletariado", que en los hechos se tradujo en un Estado totalitario que todo dominaba y controlaba, sin contrapeso alguno.

Por las mismas fechas, la Revolución Mexicana, que no fue una sino muchas, reivindicó el sufragio efectivo y la no reelección, pero terminó en la dictadura del partido único, es decir, en la expropiación del poder por "la familia revolucionaria".

Nació, así, la doctrina del nacionalismo-revolucionario y la historia patria se imaginó como un progreso continuo: la Independencia (1810), la Reforma (1857) y la Revolución (1910), con el consecuente nacimiento del liberalismo social.

Pero esa representación era y es un mito. La Independencia, en sus orígenes, no fue republicana. Fue imperial, como la quería Agustín de Iturbide, y católica, como la definía Morelos: un Estado confesional que postulaba y defendía la única religión verdadera.

No fue sino hasta las leyes de reforma y la Constitución de 1857 que el Estado laico y republicano sentó sus reales. Juárez era un liberal de pura cepa. No creía ni entendía que el Estado o la Nación estuvieran por encima de los individuos y sus derechos.

La Constitución de 1917 rompió con esos principios y transformó un...

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