Jesús Silva-Herzog Márquez/ Orwell y el deber de callar

AutorJesús Silva-Herzog Márquez

Viviendo en Estados Unidos, Octavio Paz leía con inmenso placer la "prosa viril" de George Orwell. Su carta desde Londres que publicaba mensualmente el Partisan Review tenía una claridad y una sobriedad que dieron tierra firme al poeta mexicano. La honestidad intelectual del autor de 1984 introducía a Paz en el "sendero de los solitarios". Paz descubría en Orwell que ése era el camino del intelectual independiente. La compañía es una carga demasiado pesada para quien decide pasear su vida por la vereda de la crítica. La amenaza podía ser el peso mismo de las convicciones. En el prólogo a Rebelión en la granja, Orwell detectaba el surgimiento de una censura nacida del compromiso. Ahí escribía: "Cualquier persona imparcial con experiencia periodística admitirá que durante esta guerra la censura oficial no ha sido particularmente molesta. No se nos ha sometido al tipo de 'coordinación' totalitaria que habría sido razonable esperar. (...) Lo ominoso de la censura literaria en Inglaterra es que en gran parte es voluntaria. Las ideas impopulares pueden silenciarse y los hechos inconvenientes mantenerse en la oscuridad, sin necesidad de ninguna prohibición oficial". El compromiso imponía una voluntaria servidumbre. "No está exactamente prohibido decir esto, eso o aquello, sino que 'no es propio' decirlo, exactamente como en la época victoriana 'no se debería' mencionar los pantalones en presencia de una dama. Quienquiera que desafíe la ortodoxia prevaleciente se encuentra silenciado con una eficacia asombrosa".

Pienso en Orwell ahora que la crítica ha recibido la arremetida de los dos gobiernos que padezco: el federal y el de la Ciudad de México. Los recientes dislates de Fox y López Obrador no fueron disensos frente al contenido de la crítica, sino descalificaciones del ejercicio mismo de la crítica. Lo primero habría sido muy de bienvenir: que un personaje público se defienda de sus detractores y aun que los cuestione, es un derecho básico que nadie podría cuestionar. Sería absurdo pretender que los hombres del poder permanecieran quietos y mudos para recibir los pastelazos de la reprobación. La réplica del poder es indispensable para la salud del debate público. Un hombre de gobierno siempre verá las cosas desde un sitio privilegiado, contará con información que no tiene el que critica desde su cuarto, conocerá mejor que nadie los intereses en disputa y las razones que mueven hacia la decisión. Igualmente válida es la crítica a los críticos...

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