Juan Villoro / Se busca gemelo

AutorJuan Villoro

Cuando acaba el año, las escuelas y las oficinas entran en una extraña euforia de fin de los tiempos. Sin más pretexto que el calendario, organizan festivales y brindis en los que actuamos como el elenco de una ópera: perdimos algunas batallas decisivas, pero nos rendimos cantando.

Este ánimo grandioso depende poco de cómo nos haya ido o de nuestras esperanzas de mejoría. El solo hecho de que algo termine permite disfrutar tejocotes que no comeríamos en otro momento.

En la gregaria Mesoamérica, los festejos se multiplican en ceremonias que anticipan la clonación. Voy a contar lo que le sucedió a mi amiga Arlette y a su gemela Rocío. A través de esos nombres, sus padres las diferenciaron para garantizar la singularidad de sus destinos. El bautizo funcionó de maravilla: las dos han tenido trayectorias de éxito en campos muy apartados. Arlette hace tapices como una hilandera de fábula y Rocío trabaja en el piso 26 de un corporativo. Quiso la mala suerte que el director para América Latina llegara a presidir una junta justo el día en que su hijo salía de diablo en la pastorela escolar. Su esposo no se encontraba en México y su madre estaba en cama, con gripe de temporada. El asunto era particularmente delicado porque el niño de seis años aceptó el papel de Mefistófeles luego de largas sesiones destinadas a convencerlo de que se necesita ser un héroe para representar a un villano que fracasa y permite el triunfo del bien. Esta enseñanza moral (más la promesa de una navaja suiza) hizo que el niño asumiera el rol que nadie quería. Después de tanto esfuerzo, Rocío no podría ver a su hijo.

Cualquiera que haya asistido a una representación infantil sabe que ahí se pone en práctica una técnica ignorada por el Actor's Studio: los personajes desvían la vista al público en busca de sus padres y sólo dejan de saludarlos cuando acaba la obra.

Rocío le pidió a su hermana Arlette que asistiera en su lugar. Aunque son gemelas idénticas, el niño las distingue a la perfección; no se trataba de que Arlette simulara ser la madre, sino de que aportara un reconfortante rostro conocido. Esa parte salió bien, pero ninguna de las hermanas previó un efecto secundario.

Arlette lleva a sus hijos a otra escuela y no conoce a nadie en ese entorno. Entre empujones y suéteres tirados en el piso, devolvió un par de saludos y dijo cosas que debieron sonar raras. No hubo un momento de calma en que pudiera explicar que no era Rocío sino su gemela.

Aunque las hermanas no pueden...

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