Legislar la cultura

AutorNéstor García Canclini

¿Por qué legislar en industrias culturales?

Esta pregunta forma parte de un debate mayor: ¿por qué el Estado debe hacer algo con las industrias culturales? Pueden escuchar la pregunta con entonación escéptica, con la desconfianza de quienes piensas que no hay que hacer políticas culturales. En artículos y entrevistas publicados en México, Argentina, Colombia y otros países, cuando se cuestiona que deba existir un ministerio o una secretaría de cultura, se maneja un argumento que podríamos resumir así: "La cultura es asunto de los creadores y del mercado; para que no haya dirigismo político sobre el arte ni las comunicaciones debe dejarse librado su movimiento a lo que los artistas quieran hacer y a lo que el juego del mercado esté dispuesto a aceptar". Sin embargo, el panorama actual de las industrias culturales, tal como surge de investigaciones recientes sobre los medios masivos y usos económicos de las artes y del patrimonio histórico, nos permite pensar que existen al menos siete razones por las cuales debe legislarse en estos campos.

La cultura da trabajo y crecimiento económico

1 Necesitamos actualizar las leyes y crear otras nuevas porque las industrias culturales han pasado a ser predominantes en la formación de la esfera pública y la ciudadanía, como lugares de información, sensibilización a las cuestiones de interés común y deliberación entre sectores sociales.

Desde el Siglo 19 y hasta mediados del 20, estas funciones habían sido cumplidas por la literatura, las artes visuales y la música, que proporcionaron recursos para reflexionar sobre el origen de la nación, sobre el carácter distintivo de cada cultura y para elaborar los signos de identidad. Recordemos el significado del muralismo mexicano, de la literatura histórica o del boom en Argentina, Perú, Colombia, México y otros países. La radio y el cine contribuyeron a este proceso desde los años 40 y 50, pero fue en las últimas tres décadas cuando las industrias culturales se volvieron protagonistas de los imaginarios sociales. Por eso, participar en el intercambio mediático es ahora decisivo para ejercer la ciudadanía.

2 Es de interés público legislar acerca de las industrias culturales porque tienen hoy un lugar prominente y estratégico en el desarrollo socioeconómico.

Cuando hablamos de cultura, no estamos refiriéndonos ya a una cuestión bohemia o suntuaria, algo para el tiempo libre o los fines de semana, sino ocupándonos de movimientos de amplia escala en la economía mundial. Quiero dar algunas cifras: las operaciones de la industria musical alcanzan los 40 mil millones de dólares cada año, 90 por ciento de los cuales se concentran en cuatro grandes empresas trasnacionales.

Esta tendencia se acentuó en el último año con megafusiones entre empresas informáticas y de entretenimiento, como America On Line y Time Warner. Las exportaciones de la industria audiovisual constituyen el segundo rubro en los ingresos por exportaciones de la economía norteamericana. En Estados Unidos, el sector cultural, sobre todo por la producción y exportación audiovisual, representa el 6 por ciento del Producto Interno Bruto y emplea a un millón 300 mil personas. En Francia abarca más del 3 por ciento del Producto Interno Bruto. Brasil, que ocupa el sexto lugar en el mercado mundial de discos, facturó 800 millones de dólares por venta de productos musicales, discos y videos durante el año de 1998 (Stolovich, 1997).

Estudios recientes destacan que ciudades que no son capitales ni han ocupado históricamente el primer nivel económico de sus países se vuelven focos dinámicos a escala trasnacional movilizando nuevos recursos culturales: Miami desde que concentra entretenimientos masivos y genera gran parte de la producción audiovisual en español e inglés; Bilbao, declinante por la caída de su producción industrial, renovó su fuerza económica y simbólica mediante la arquitectura novedosa del Museo Guggenheim. Otras lo logran creando festivales internacionales de cine, radio y artes folklóricas.

Este enorme movimiento económico está distribuido en forma muy desigual. Estados Unidos se queda con 55 por ciento de las ganancias mundiales, la Unión Europea con 25 por ciento, Japón y Asia reciben 15 por ciento y los países iberoamericanos sólo 5 por ciento. La desventaja económica de América Latina, resultado de la baja inversión de sus gobiernos en ciencia, tecnología y producción industrial de cultura, condiciona nuestra baja competitividad global y la difusión restringida, sólo dentro de cada nación, de la mayoría de libros, películas, videos y discos.

La integración en la Unión Europea de un espacio cultural compartido ha vuelto patente la importancia económica de las comunicaciones masivas y su papel como instrumento generador de empleos con alto valor agregado, con posibilidad de ingresos atractivos y movilidad ocupacional ascendente (Consejo de Europa, 1999). Asimismo, contribuyen al conocimiento recíproco entre nacionales y a su fortalecimiento como bloque en los mercados globales. Todo esto revela las múltiples y ambivalentes aportaciones de la cultura al desarrollo. No ocuparse hoy de las industrias culturales es como si hace un siglo los políticos se hubieran negado a legislar sobre los ferrocarriles y a promoverlos, hace 50 años no se hubieran ocupado de los coches y el transporte público, hace 30 de los electrodomésticos y las fuentes de energía. Las industrias culturales son recursos igualmente estratégicos para el enriquecimientos de las naciones, la comunicación y participación de sus ciudadanos y consumidores.

3 Si los Estados latinoamericanos se deciden a tomar en cuenta estas funciones económicas y sociopolíticas de las industrias culturales, deben conocer lo que sucede en este campo a fin de desarrollar acciones adecuadas a las necesidades de interés público en la presente etapa del desarrollo...

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