La música que llegó para quedarse / La paloma de mamá Carlota

AutorGuadalupe Loaeza

"La música es el alma de los pueblos",

José Martí

Dicen que cuando Carlota se encontraba, totalmente aislada, en el Castillo de Miramar, por las noches, solía cantar la melancólica habanera escrita por el vasco Sebastián de Yradier y Salaverri, La paloma. Lo que entonces ignoraba la pobre Emperatriz es que el 11 de noviembre de 1866, los médicos Reidel y Jilek detectaron que su enfermedad mental tenía un nombre: manía de persecución.

¿Quién sentía Carlota que la acechaba noche y día? ¿Su destino fatal, los recuerdos de Maximiliano, los liberales, don Benito Juárez, su conciencia, Napoleón III, Porfirio Díaz, el General Bazaine, el Papa Pío IX, el ministro de Negocios Extranjeros, Martín Castillo, de quien sospechaba ser parte de la conspiración; sus damas de compañía, el ministro diplomático General Juan Nepomucemo; la condesa de Teba, María Eugenia de Guzmán-Portacarrero, el Emperador Francisco José, Pepita de la Peña, Carlos Alberto Bombelles, el mismo que ordenara que encerraran a Carlota en el pabellón del jardín del castillo, su hermano más joven, Felipe Conde de Flandes, el director del manicomio de Viena, Agnes Salm Salm, su cher papa, las monjas del Convento de la Encarnación, Miramón, un batallón de chinas poblanas, su suegra la Archiduquesa Sofía?

¡Dios mío, cuántos fantasmas reinaban en el universo de Carlota! Dicen que para ahuyentarlos cantaba La paloma, estrenada mundialmente en La Habana en 1885. Y no es que Carlota tuviera la misma voz de la tiple Mariette Alboni, quien fuera la primera intérprete en entonar esta hermosísima melodía, dicen que la suya era más bien tipluda.

¿Qué tanto sabía Carlota de la historia de La paloma? Imaginamos que muy poco, estaba tan ocupada en sus preocupaciones que seguramente nunca se enteró que su canción preferida trascendió fronteras. Y que, en 1866, el mismo año en que la Emperatriz de México fuera declarada loca, la cantó la soprano cubana Concha Méndez en el teatro Imperial de la capital mexicana para su marido, Maximiliano de Habsburgo. Dicen que a Max se le produjo un enorme nudo en la garganta, pero que sin embargo no derramó ni una lágrima, al contrario, todo el tiempo la escuchó con una suave sonrisa en los labios.

Cuando salí de La Habana válgame Dios/ nadie me ha visto salir si no fui yo./ Una linda guachinanga que allá voló/ que se vino tras de mí, que sí señor.// Si a tu ventana llega una paloma/ trátala con cariño que es mi persona./ Cuéntale tus amores, bien de mi vida/...

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