Mario Vargas Llosa: Siento solidaridad por quienes asesinaron a Trujillo

AutorBeatriz Iacoviello

BUENOS AIRES.- Mario Vargas Llosa es un hombre que ama la libertad más que cualquier otra cosa en el mundo. Tal vez, obsesionado por esa idea, insista, una y otra vez, sobre el derecho que poseen los individuos en realizar sus propias elecciones.

La fiesta del chivo, su última novela, recién presentada en la 26a Feria del Libro de Buenos Aires y próxima a serlo en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México, resultó ser uno de los acontecimientos culturales más interesantes de la temporada por las polémicas que suscitó, tanto en los medios periodísticos como en los lectores.

Pese a que siempre el discurso de Vargas Llosa apuntó a su no interés por la realidad política, el tema elegido no podía excluir "ese elemento" de cualquier pregunta porque, aunque se intentara no caer en él, siempre era inevitable por el tipo de personaje que fue Rafael Leónidas Trujillo Molina.

En 1981, cuando entrevisté por primera vez a Mario Vargas Llosa para el periódico La Prensa de Buenos Aires, confesó que desde pequeño le obsesionaba el problema de la libertad.

"Estuve rodeado de mujeres -dijo en aquella ocasión- y tal vez por eso conozca mejor el mundo femenino. A mi padre lo conocí cuando tenía alrededor de diez años y fue, por decirlo de alguna manera, un choque cultural que me obligó a querer independizarme y también a convertirme en escritor. Ese fue mi primer acto de libertad".

Luego lo volví a ver en 1988, en Cajamarca, durante una gira como candidato a la presidencia del Perú. Pronunció un discurso frente a una población de "ronderos" (milicias populares que se defendían de los ataques y atentados de Sendero Luminoso) y campesinos de sombreros anchos, como los morelenses, que no podían creer que tuvieran tan "cerquitita, a ese hombre que hablaba lindo".

Luego de casi 10 años me reencontré a Vargas Llosa en Buenos Aires. Su discurso no ha variado desde entonces. La libertad continúa siendo eje de sus charlas privadas o públicas.

Antes de la conferencia de prensa que ofreció en Argentina, el también autor de La ciudad y los perros y Conversación en la catedral dio a REFORMA una entrevista exclusiva.

"La fiesta del chivo es una novela que comenzó a nacer en 1975, con motivo de un viaje que hice a la República Dominicana, a raíz de una novela adaptada para cine que se rodaría en esos escenarios. Estuve allí cinco meses y comencé a interesarme por la figura de Trujillo al escuchar anécdotas, luego historias y fantasías sobre su era, que había terminado 14 años atrás, pero que estaba, y aún hoy lo está, muy viva en la memoria y en la imaginación de los dominicanos.

"Recuerdo especialmente escritos que me impactaron con gran fuerza: uno fue el libro de un historiador norteamericano, y un reportaje que escribió un corresponsal del New York Times, en la zona del Caribe, que titularon 'La muerte de un tirano'. Ambos eran realmente un trabajo interesantísimo de investigación sobre lo que fue la conspiración, el asesinato de Trujillo y de lo que ocurrió inmediatamente después. Estas historias tentaron mi fantasía y comenzó a perfilarse la idea de escribir una novela situada en ese contexto histórico".

Desde entonces siguió leyendo todo lo que caía en sus manos respecto a Trujillo y a la República Dominicana, y en los últimos tres años y medio se dedicó sistemáticamente a trabajar sobre ella: consultó libros, archivos, periódicos, revistas; realizó múltiples entrevistas con dominicanos de diferente condición política, unos cercanos a Trujillo, y estudió la problemática, los paisajes y la historia de esa isla que hasta entonces le era ajena.

"Cuando inicié la novela habían pasado muchos años y ya no existían los temores, los tabúes, que todavía en los 70 estaban muy vivos. La gente daba su testimonio con total libertad, lo que a mí me ayudó enormemente. Junté toda esa documentación, no con la idea de escribir una historia verídica de Trujillo, sino para mentir con conocimiento de causa. Mentir es reelaborar, transformar lo vivido en algo inventado, y eso hice en esta novela. No atribuí a ningún personaje nada que no hubiera podido ocurrir dentro de las coordenadas sociales, históricas, políticas y morales que vivió la República Dominicana entre 1930 y 1961".

Confiesa que algunos de los actos truculentos que aparecen en la novela fueron suavizados para hacerlos verosímiles dentro de ella, y en otros capítulos ocultó hechos que, a pesar de ser muy efectistas, no podía incorporar a la novela porque no hubieran podido despertar la credibilidad de los lectores.

"En ese sentido, la realidad superaba la ficción. Sobre todo en lo que se refiere a la brutalidad, a la crueldad, o a los excesos criminales que alcanzó la dictadura. Por ejemplo, hubo un general de los conspiradores al que un día, luego de haberlo hecho padecer hambre durante no sé cuanto tiempo, le dieron un guiso con carne. Cuando terminó de comer, se le acercó el represor y dijo: 'Manda decir el general Ramfis Trujillo si a usted no le da vergüenza comerse a su propio hijo', por supuesto éste gritó, lo insultó y no sé que otras cosas le pudo haber dicho. Al cabo de un momento se apareció el mismo general con la cabeza en la mano del muchacho. El hombre murió en el acto. Esto me lo contó un compañero de celda que milagrosamente se había salvado".

En la novela, Vargas Llosa ha procurado mostrar a través de la ficción cómo los sucesos ocurridos en Dominicana se deben a factores muy curiosos: por un lado, el poder que ese dictador articuló, a su crueldad que fue la manifestación de ese poder...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR