Maradona en Cuba: Un partido pendiente

AutorLeonardo Tarifeño

LA HABANA.- En el Centro Integral de Salud La Pradera, a 25 kilómetros del corazón de La Habana, recordarán a Diego Maradona por mucho tiempo. Lo que no se sabe, al menos por ahora, es cómo van a ser esos recuerdos.

Decir algo al respecto es apostar a un futuro impredecible como el talante, ya no la salud, de uno de los enfermos más difíciles del planeta. Los custodios de la entrada, gente humilde y simpática que gana ocho dólares por mes, cuidan al Diez con admiración y una incredulidad evidente desde la tarde en que lo vieron salir de la Casa 2 con el pelo teñido de un mostaza grunge y equívoco, del todo insospechado en un moribundo errante como él. Los médicos locales hablan de su paciente en un tono amable y científico que se empeña en negar el nerviosismo político oculto tras la curación de Maradona. Y los vecinos de Diego, extranjeros que pagan de 80 a 100 dólares diarios por una vida pacífica entre la piscina y la cancha de tenis, dudan entre pedirle un autógrafo, sumarse a los minipartidos de futbol que organiza cada mañana o compadecerlo por los escándalos que arrastra en su condición de ídolo caído en una desgracia por la que se le escapa la vida.

Nadie, a excepción de alguno de los médicos, ve a Maradona como el enfermo que se supone que es. Ni él tampoco: "Si estuviera tan grave, no estaría aquí", dijo el domingo 23, a cinco días de su penosa llegada a La Habana. Como (casi) siempre, Diego exagera, pero tiene algo de razón. Lo cierto es que La Pradera no es ningún centro de rehabilitación y mucho menos para drogadictos; aquí, a este paraíso clínico de 164 habitaciones, piscina y mojitos a tres dólares, nadie llega en plena fuga de la muerte. Para eso están el Hospital Psiquiátrico (muy cerca del Aeropuerto Internacional José Martí, donde estaba previsto que Maradona se hiciera sus primeros análisis) o los complejos El Quinqué y El Cocal, a 800 kilómetros de La Habana, residencias sanitarias cuyos tratamientos para casos como el de Diego van de tres o seis meses a un año e incluyen reclusión permanente y terapia de grupo. Si Maradona realmente quiere curarse, La Pradera apenas debería ser una escala técnica en ese viaje de regreso a sí mismo, un escenario de paso que prepara el camino hacia la terapia filomilitar donde el Diez debería desaparecer de un momento a otro, ya en El Quinqué o El Cocal. Sin embargo, aún es difícil saber si la vida del ex futbolista está de veras en peligro, si Maradona se juró abandonar la cocaína para siempre, o si el destino de esta limpieza habanera será el mismo de la desintoxicación que alguna vez comenzó en Suiza y jamás terminó. En palabras de Bernabé Ordaz, director del Hospital Psiquiátrico y ex guerrillero en Sierra Maestra, la estadía de Maradona en La Pradera obedece exclusivamente a la necesidad de ciertos chequeos cardiacos y no puede durar más de una semana o 10 días. Pero Diego ya lleva dos semanas en la Casa 2, hasta su médico personal dice que su caso "no es de los peores" y todas las mañanas sale al volante de una camioneta Hyundai con su manager, Guillermo Coppola; su esposa, Claudia, y las nenas, Dalma y Giannina.

Mientras los médicos argentinos y cubanos se ponen de acuerdo en los pasos a seguir, Maradona hace ejercicios, descansa, pasea, chequea su corazón, juega con una pelota, bromea con los periodistas y da algún reportaje en el que casi no acepta preguntas; nada, en definitiva, que lo aleje de la pasión suicida que lo obligó a perder el futbol, su prestigio, y ahora, también, su salud. De donde sí está alejado es de la vida céntrica, el eco callejero de la salsa y las mulatas que se van con...

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