Marcelino Hernández Beatriz: Lecciones de vida

AutorLaurence Pantin

Huérfano de padre desde los 11 años y sumido en la pobreza, a veces tuvo que alimentarse de puñados de azúcar para matar el hambre. Pese a la adversidad el joven indígena náhuatl, originario de la Huasteca hidalguense, siguió estudiando y logró obtener una licenciatura en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

"Mi mamá siempre me decía: 'Yo quiero que seas maestro'. Era su sueño", dice Marcelino Hernández Beatriz.

"Era la única figura que ella podía ver como aquella que ya no trabajaba en el campo".

Si bien no cumplió con el deseo de su madre al pie de la letra, Hernández decidió dedicarse a la educación y en particular a la educación indígena. A sus 39 años, es jefe del Departamento de Programas Educativos de la delegación en Hidalgo del Consejo Nacional de Fomento Educativo (Conafe), institución que manda instructores a comunidades pequeñas, donde la Secretaría de Educación Pública no tiene escuela.

De la milpa al aula

De tez morena y bigote tupido, Hernández se acomoda los lentes con el dedo índice cada vez que éstos se resbalan por su nariz. El hombre de complexión delgada acompaña cada palabra con movimientos de manos, como para explicarse mejor.

A pesar de que su padre sólo cursó hasta el segundo año de primaria, quiso que Marcelino estudiara. Además, ya que el niño siempre regresaba con fiebre cuando lo mandaban a trabajar a la milpa, su madre aprobó la decisión de enviarlo a la escuela.

Cursó los tres primeros años de primaria en Cruzhica, en el municipio de Xochiatipan. Ahí aprendió a hablar náhuatl.

Sin embargo, por el tamaño reducido de la comunidad, las clases no iban más allá del tercer grado y Marcelino tuvo que separarse de su familia a los 9 años para acabar la primaria. Lo mandaron a un albergue escolar del entonces Instituto Nacional Indigenista en la vecina Tlaltecatla, por lo que sólo volvía a su casa los fines de semana.

Aunque no dejaba de pensar en sus familiares, aprendió mucho de esta experiencia: "Creo que me ayudó a madurar y a sentirme más autosuficiente".

El albergue también representó una suerte de refugio para el pequeño Marcelino, cuya relación con su padre era difícil. "Mi papá casi todo el tiempo estaba borracho y golpeaba a mi mamá, a mis hermanos y a mí", cuenta Hernández, ajustando con inquietud sus lentes.

"Estaba estudiando lejos de mi casa, y llegar con mi familia y vivir esa situación, realmente era muy desagradable".

Cuando su padre murió por el alcohol, Marcelino estaba terminando la primaria. Aparte del dolor de...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR