En nombre del ADN

AutorFrancisco González Crussí

Por mucho tiempo la infertilidad se consideró como una tragedia. Sobre todo para las mujeres. Tener hijos se glorificaba como el logro mayor y más excelso al que podía aspirar la mujer. La mujer estéril, llegó a decirse, “violaba el ideal de la verdadera feminidad”. La incapacidad de tener hijos se sufría como una maldición. Los tratamientos médicos para curarla eran pocos, rudimentarios, y en su mayoría ineficaces. No quedaba más que resignarse y esperar el favor de la Divina Providencia.

Esta actitud no se cuestionó en serio sino hasta el siglo 20, con el auge de la tecnología de lo que ha dado en llamarse “la reproducción asistida”. La primera técnica que se usó con éxito fue la inseminación artificial. Hoy día es rutina, y ha corrido la suerte de todo lo que existe en la sociedad de consumo. Es decir, reviste un aspecto de burda comercialización. El semen es tratado como cualquier producto comercial. Se almacena refrigerado en bancos de esperma.

Se colecta de donadores, a quienes se les paga entre 35 y 50 dólares por “entrega”, y se les permite hacer hasta tres entregas por semana. En EU, se reclutan donadores de esperma en las universidades. Se supone que son estudiantes jóvenes y sanos, pero hubo un sonado caso de un joven que ignoraba tener la enfermedad poliquística hereditaria, y la transmitió a un número indeterminado de niños concebidos con su semen. Cuando se le diagnosticó el padecimiento, ya había donado 320 frasquitos. Otro caso tristemente célebre fue el del doctor Cecil Jacobson, renombrado especialista que inseminaba a sus pacientes con su propio semen, sin que ellas lo supieran. Jacobson debe haber tenido una altísima opinión de sí mismo, cuando decidió diseminar sus genes en la población, aun teniendo que recurrir para ello a una acción delictuosa que le costó su reputación y un duro castigo de la justicia.

En Escondido, California, hay un banco de esperma llamado Repository for Germinal Choice, fundado por un empresario renombrado en 1980, que vende el semen de científicos ganadores del Premio Nobel y de atletas sobresalientes. Hasta la fecha, ningún gran hombre o ilustre mujer ha sido concebido con el precioso líquido. Otra compañía, de nombre Xytex Co., ha propuesto vender franquicias a las farmacias. La compañía piensa instalar tanques de nitrógeno líquido con los frasquitos de semen en las farmacias, las cuales recibirían entre 75 y 125 dólares por cada frasco vendido. Con ocho frascos que se vendieran al mes, la compañía recobraría sus gastos. Y como se calcula que entre el 10 y el 20 por ciento de la población estadounidense tiene problemas de fertilidad, la ganancia potencial es enorme. Imaginen ustedes: una mujer va a la farmacia de la esquina, recoge sus aspirinas o su mentolato y, de paso, un frasco de semen que ella misma podrá aplicarse al llegar a casa. Porque, como es habitual, la compañía suministrará un kit con un aplicador con perilla de hule, para que la compradora se inyecte ella misma.

Consideren las posibles consecuencias. Hay mujeres solteras que quisieran ser madres, pero sin tener que afrontar las complicaciones de la unión con un hombre. También hay parejas de mujeres lesbianas que viven en común y se consideran aptas para la maternidad, la cual desean intensamente. Por eso es que se creó, desde 1982, un banco de esperma en California, el cual expide frascos de semen por servicio de mensajería a las solicitantes. Al recibirlos, las clientes pueden acudir al ginecólogo o insertárselo ellas mismas.

No cabe duda que la generalización de esta tecnología afectará a la sociedad. El concepto de familia tradicional, compuesta de padre, madre e hijos, se ve a una luz diferente, cuando se contrasta con núcleos familiares de otra composición, que hoy nos parecen aberrantes, o anómalos, si no es que pecaminosos e inmorales. Actualmente hay tal vez miles de niños concebidos por inseminación artificial, quienes ignoran quién es su padre biológico. A muchas personas les atormenta no saber quién fue su padre genético, o su madre. Sabemos que cuando se les informa, o cuando fortuitamente descubren la forma como fueron concebidos, son capaces de imponerse toda clase de sacrificios o molestias para rastrear la identidad de sus progenitores. Lo que no sabemos es cómo se afectará una sociedad donde un gran número de personas vive en la incertidumbre de su linaje paterno.

Hay técnicas que permiten escoger el sexo de la prole. Los espermatozoides portadores de un cromosoma X y otro Y producen bebés varoncitos, y son más ligeros que los espermatozoides que llevan dos cromosomas X, los cuales producen bebés del sexo femenino. Una máquina separadora, o cell sorter, los reparte en dos grupos en cuestión de minutos. Así, en la clínica puede tomarse una muestra de espermatozoides ligeros o pesados, según se quiera producir varoncitos o hembritas, respectivamente. En una clínica de Fairfax, Virginia, cobran 2 mil 500 dólares por el procedimiento completo, incluyendo la fecundación. Hasta hoy, no muchas gentes usan ésta u otras técnicas similares para escoger el sexo de los hijos. Pero toda tecnología puede simplificarse y generalizarse. ¿Qué pasaría entonces?

En muchas sociedades, los matrimonios prefieren tener niños en vez...

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