Paraíso perdido / Instantáneas de María Félix

AutorRafael Aviña

Tanto Luis Spota con La estrella vacía (1950), como Carlos Fuentes con Zona sagrada (1967) y la obra Orquídeas a la luz de la luna (1982), se sumergieron en aguas pantanosas alrededor de la leyenda viviente, del gran mito del cine mexicano aún en plena actividad fílmica y televisiva. Una mujer que parecía reinventarse día a día hasta su muerte; incluso hoy, a un siglo de su nacimiento el 8 de abril de 1914.

Acerca de María corre toda clase de anécdotas tan fascinantes como escandalosas. Sin embargo, queda claro que el impacto de su belleza, sensualidad, porte y personalidad, sello de su carrera cinematográfica, se inicia cuando el ingeniero, productor, director y guionista de cine -de breve paso por la pantalla grande- Fernando A. Palacios (Hambre, La china poblana, Cadetes de la naval) la descubre hacia 1940 en la calle de Palma en el Centro Histórico de la Ciudad de México. María tenía entonces unos 26 años y debutaría en El Peñón de las Ánimas (Miguel Zacarías, 1942), al lado de Jorge Negrete, en un papel pensado para Gloria Marín, su mujer. María y Jorge se odiaron en ese momento, pero se amaron poco antes de la muerte del Charro Cantor, luego de su breve y fastuosa boda en 1952.

Tanto el personaje de la exitosa actriz Olga Lang de La estrella vacía (Emilio Gómez Muriel, 1958), interpretado por la propia María, como Claudia Nervo, diva del cine y su conflictiva y edípica relación con su hijo en Zona sagrada, proyecto fílmico que nunca se produjo, o esa pareja de envejecidas figuras del cine venidas a menos, La Doña y La Dolores de la obra teatral de Fuentes, representan de algún modo a la Félix en algún momento de su existencia. Mas no aportan nada sobre el fulgurante distintivo, fuerza y erotismo que María derrochaba ante la cámara.

Si bien es cierto...

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