Plaza Pública/ Chiapas: la muerte tiene permiso

AutorMiguel Angel Granados Chapa

CIERTAMENTE, COMO ESCRIBIO EL POETA, "NUEStras vidas son los ríos que van a dar en la mar que es el morir". La fatalidad de la muerte, su carácter inexorable, nos la hace comprensible. Pero no se entienden, y por eso indignan, las pérdidas de vidas que pueden evitarse, las causadas por la pobreza y la injusticia, por la opresión y el autoritarismo. Y menos comprensibles son las muertes tempranas, las de ríos brevísimos, apenas salidos de sus fuentes o a corta edad: en el hospital de Comitán, en dos meses murieron 33 recién nacidos. Y las dos primeras víctimas de la matanza más reciente en San Juan Chamula tenían 18 y 25 años.

Todo eso ocurre en Chiapas. Es tan profunda y difusa y diversa la miseria extrema que allí impera, son tan variadas sus manifestaciones y sus consecuencias que se comprende, eso sí, que en sus montañas y en su selva haya brotado una insurgencia armada cuya conversión pacifista fue frustrada por el conservadurismo cerril. En Chiapas todavía la muerte tiene permiso, camina insolente por doquier, cegando vidas que no merecen el áspero y violento fin que tuvieron.

A mediados de diciembre ya era notoria la anormalidad en el hospital comiteco, un nosocomio de zona que atiende a población llegada de los municipios vecinos y aun de más allá de la frontera. Chiapas tiene, entre las muchas marcas que denotan su pobreza, el récord de las muertes infantiles: por cada diez mil habitantes mueren 285 menores de un año (mientras que en el otro extremo de la lista en el DF la cifra llega a 157). El 17 y el 18 de diciembre el secretario de Salud Julio Frenk viajó a Chiapas porque, ha explicado después, empezaba "a ser evidente la magnitud del fenómeno", y pasó "literalmente horas con el gobernador Pablo Salazar buscando la mejor forma de interactuar" (El Universal, 31 de enero).

No la hallaron, a juzgar por los resultados. Al cabo de dos meses, 33 recién nacidos murieron en aquel hospital. Los padres de uno de ellos, Alicia Anzures y José Alberto Pérez Curiel recibieron el cuerpo de su pequeño, a quien alcanzaron a llamar José Guadalupe de Jesús, y ya apodaban Bolita, el 19 de diciembre, justo el día en que se realizó la fumigación del área de cuidados intensivos de pediatría. Cuando se percataron que no eran los únicos en sufrir esa desgracia, reportaron a la prensa, el 4 de enero, un total de 13 fallecimientos. Era aun mayor la cifra: cuando el asunto saltó a las páginas de los diarios se supo que durante diciembre murieron 25 niños. Los papás de Bolita pudieron hablar este viernes con el secretario Frenk, en el aeropuerto de Comitán, y denunciaron los hechos que Alicia, la madre, había ya narrado a la reportera Marcela Turati:

"Mi niño nació prematuro. De 36 y media semanas, nació con un problema de insuficiencia respiratoria moderada y siete días después se murió por hipertensión endocraneana, neuroinfección y...

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