Rafael Segovia / Las trampas del imperio

AutorRafael Segovia

Los imperios son siempre malagradecidos. Dueños de un poder de hecho ilimitado, ven con desprecio a quienes no están en su órbita y, a quienes ofrecen sus servicios, les pagan y los mantienen a raya, con el desdén del amo por el esclavo. Nos escandalizamos ante la conducta de los Estados Unidos, de sus exigencias y de su soberbia sin comprender que esas exigencias y esa soberbia forman parte del poder imperial y que es obligatorio que así sea. Destruir al enemigo, cuando es posible, se inscribe naturalmente en su conducta, así como someter al servidor les resulta indispensable. Jamás aceptarán, ni siquiera en un plano retórico, considerar a otra nación como igual a la suya. En el momento de mayor tensión con la Unión Soviética, se supusieron siempre superiores por razones morales, cuando no podían ser razones materiales. La mayoría de sus historiadores y politólogos siguen sosteniendo la idea y ven una virtud aun en sus peores mentiras y trampas, que reconocen con una tranquilidad de espíritu envidiable después de algunos años. El comportamiento aberrante de H. Kissinger desde la Secretaría de Estado, la barbarie de la CIA contra los perseguidos por los asesinos al servicio de Pinochet se dan a conocer hoy con toda desfachatez. Fueron hombres a sueldo, ergo, hombres sin honor, alguno en una cárcel de su país, como el general chileno Manuel Contreras, y otros en una cárcel norteamericana como el ex presidente de Panamá, los encargados de las tareas. Sirvieron, dejaron de servir y terminaron su actividad política en el bote de la basura, de donde no debieron salir nunca.

La globalización -nueva forma del imperialismo- impone, quiérase que no, una superación del nacionalismo, superación que implica una anulación o liquidación de la soberanía nacional. Esta teoría o, más precisamente, doctrina, encuentra un apoyo tanto en las grandes empresas multinacionales o transnacionales como, de manera disimulada o hipócrita, en los gobiernos de quienes no son potencias, reducidos a una obediencia ilimitada, jamás claramente declarada por los países dependientes. Peor aún, cuanto mayor es la dependencia, más se niega y se afirma una soberanía que termina por ser un simulacro de independencia. La globalización es una quimera como el mercado libre, controlado por quien debe manejarlo, como puede verse con los precios del petróleo.

Si el mercado libre deja de serlo tan pronto como los intereses de las grandes organizaciones económicas se piensan amenazados...

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