Satanás va al cine

AutorRafael Aviña

Lucifer, Luzbel, Belcebú; diablo, demonio, súcubo, maligno, Anticristo, la bestia... Satanás tiene varios nombres, múltiples semblantes y diversas representaciones, y el cine, al igual que otras artes, ha puesto sus ojos en los enigmas y rostros de ese poderoso príncipe de las tinieblas y señor de los infiernos. Tan célebres como en su momento fueron las ilustraciones de Gustave Doré para el poema épico El paraíso perdido, de John Milton, son las encarnaciones del demonio concebidas por la que es sin duda la teleserie más representativa de la cultura popular de la década de los 60: La dimensión desconocida (1959-1964).

Para aquellos que siguieron la serie a lo largo de cinco temporadas, resulta imposible olvidar, por ejemplo, a Thomas Gomez interpretando a un provocativo Lucifer que ofrece la inmortalidad a cambio del alma de un sujeto hipocondriaco y obsesionado con la muerte. A Sebastian Cabot como un obeso y encantador sujeto vestido de blanco que proporciona lujos, fortuna y mujeres a un ladronzuelo que cree haber llegado al paraíso luego de ser abatido por la policía. O aquella grotesca figura de plástico con la efigie de un demonio tuerto que corona una máquina tragamonedas que predice el futuro en un restaurante de Ohio.

Tan impactantes como aquellas representaciones medievales sobre Satanás en libros y pinturas son las imágenes fugaces o estentóreas de Lucifer y su terrible poder y naturaleza en filmes ya clásicos, como La noche del demonio (Jacques Tourneur, 1957), El bebé de Rosemary (Roman Polanski, 1968), El exorcista (William Friedkin, 1973) o La profecía, primeros ejemplos importantes de la incorporación de la figura de Luzbel en la pantalla. Un escéptico psicólogo enfrenta a una secta satánica en Londres. La notable capacidad de sugerencia sobrenatural a cargo de Polanski en la historia de una mujer violada por Belcebú en un antiguo edificio frente al Central Park de Nueva York, el mismo donde John Lennon fue asesinado. Recordamos también la ola de histeria provocada por la adaptación de la novela de William Peter Blatty, con una niña poseída por el demonio; o la llegada del Anticristo en la figura de un niño demoniaco.

"Si crees en Dios, crees en el Diablo", apunta un reverendo evangélico que decide revelar ante una reportera los embustes del negocio de los exorcismos en El último exorcismo (Daniel Stamm, 2010), relato paranoico sobre la existencia del Mal, que sirve de pretexto para el inclemente discurso críptico y social...

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