Sergio Aguayo Quezada/ Seguridad Nacional: Los costos de la evasión

AutorSergio Aguayo Quezada

El espionaje político es uno de los costos que pagamos -y no necesariamente el más alto- por carecer de una doctrina consensada y legitimada sobre la seguridad nacional, y por la displicencia mostrada hacia lo que pasa en instituciones supuestamente encargadas de la seguridad. Me referiré aquí a los servicios de inteligencia de la Secretaría de Gobernación.

En 1918 fue el Departamento Confidencial, y luego la Dirección Federal de Seguridad (DFS) que desapareció en 1985. Fueron instituciones que vivieron en un entorno institucional cargado de ambigüedades y distorsiones provocado por la relación perversa que establecieron con el gobierno, y por el aislamiento frente a una sociedad que prefirió no saber lo que estaban haciendo. Vivieron en un limbo jurídico y político que debe entenderse para ser corregido.

Quienes ingresaban a estas organizaciones estaban convencidos de ser parte de una élite con acceso a información secreta y privilegios de diverso tipo. El agente de la DFS contaba con un amplio margen de tolerancia para desarrollar actividades que le permitieran completar sus ingresos o acumular riquezas con frecuencia a través de acciones ilegales. Eran las "travesuras de los muchachos" toleradas como parte de un entendimiento que les exigía que cumplieran órdenes sin importar la legalidad o moralidad de los métodos que empleaban.

Y obedecieron las instrucciones. Interceptaron teléfonos e interceptaron cartas, infiltraron organizaciones y desaparecieron personas. Fueron elogiados en privado pero negados en público. Es sintomático de ello que los presidentes que escribieron memorias rara vez mencionan a esas organizaciones o a sus jefes. Fueron como los intocables que hacían los trabajos sucios del gobierno autoritario pero a los que, por eso mismo, no se presentaba ante la sociedad. Se trató de instituciones que ofrecían empleos inestables porque era frecuente que los directores llegaran de fuera y renovaran la plantilla y en las que había escasas posibilidades de llegar a la cúspide de la institución o ascender en la pirámide del poder (una de las escasas excepciones sería Fernando Gutiérrez Barrios).

Se gestaba así un ambiente cerrado en el que, con algunas excepciones, se regían por valores primarios en los que lo esencial era la obediencia ciega a los jefes. Tenían hostilidad hacia una sociedad frente a la cual se sentían inseguros y su vida social se reducía a un mínimo, la familia era virtualmente inexistente y la hombría era medida...

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