Los Signos de Sergio Magaña

AutorImelda Lobato, Julio César López y Leslie Zelaya

Hay obras que devoran a sus autores y autores que devoran a sus obras. A 10 años de su muerte, Sergio Magaña es más recordado por su vida azarosa que por su genio dramático. Queda de él la estela de un joven muy talentoso que, luego de escribir algunas obras prodigiosas, se fue encerrando en la inconformidad y el desencanto.

Gracias al estudio exhaustivo que los investigadores Leslie Zelaya, Julio César López e Imelda Lobato, del Centro de Investigación Teatral del INBA, comenzaron a perfilar en vida del dramaturgo, sobre la dimensión cultural de su obra, hoy podemos revertir ese prisma para valorar el sentido de su literatura como la misión de un artista.

La de Magaña fue la última generación de autores dramáticos que pensaron ser útiles a su pueblo por medio del teatro. Esa suposición asumida como forma de vida dio Los signos del zodiaco, Moctezuma II, Los argonautas, Jorge Lívido, Los motivos del lobo; las dos vertientes del imaginario colectivo de los años 50 en las zonas urbanas: la de un proletariado idealista en el que Polo, el protagonista de Los signos.., prefigura a los guerrilleros de los 70 y la de una clase ilustrada que sigue luchando con la paradoja de la Conquista de México.

Magaña es el primer dramaturgo mexicano en dar a la tragedia un rasgo indígena. El aliento y las resonancias shekaspereanas que hay en las tragedias históricas del autor michoacano avecindado para siempre en la Ciudad de México no son robadas, son genuinas, y demuestran, como apunta el estudio del CITRU, el talento particular que tenía Magaña para la composición dramática.

Como parte de la generación formada por Usigli y por Novo en la UNAM y el INBA, Magaña se distingue por un ferviente individualismo que en los años de gloria se manifiesta como un triunfo personal, y luchando contra el olvido se va convirtiendo en deber social.

Fueron los años en que intentó revitalizar la comedia musical mexicana y se encontró con el vacío de quien da un paso adelante de la raya, solo y su alma contra el costumbrismo cultural que él combatió en palabra y obra, tratando se sobrevivir sin renunciar a su distancia con el poder, la moral dominante, el teatro de director y las buenas costumbres.

Magaña nunca dejó de escribir, como lo acusamos todos, porque su misión no era escribir a diario, sino sobre los días que le tocó vivir, con el ímpetu de un adolescente perpetuo y la lucidez de un maestro. Más allá de los géneros teatrales, sus obras trágicas, cómicas, épicas, didácticas, están por encima del común denominador del teatro realista de su tiempo. Aun cuando Magaña trata un caso de nota roja, su realismo tiene una atmósfera interior y un pulso dramático que alcanza otras resonancias.

Ya está en proceso de publicación el libro de Imelda Lobato, Julio César López y Leslie Zelaya, Sergio Magaña: una mirada a su vida y obra, del que aquí ofrecemos un adelanto.

Es justo, a 10 años de su muerte, recordar que la obra de Magaña no tiene la atención que se merece.

Fernando de Ita

Cuando el 17 de febrero de 1951 cayó el telón en el escenario del Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México, los aplausos y ovaciones del público anticiparon la fortuna crítica que le estaba deparada a Sergio Magaña. Era el estreno de Los signos del zodiaco , dirigida por Salvador Novo, entonces director del Departamento de Teatro del INBA. El evento fue algo más que la consagración personal y profesional de su autor, un joven de apenas 26 años que se inició en la dramaturgia sólo tres años antes.

Magaña inauguró ahí una temática y una estética, fundacionales de nuestro neorrealismo dramático: por primera vez se apoderaron del foro del Palacio de Bellas Artes el ambiente y los personajes de una vecindad, y en el retrato de esos seres marginados se introdujo la noción de determinación social.

Explicar la multiplicidad de sucesos que confluyen en la aparición de un evento es un irrealizable. Y, sin embargo, vista desde hoy, la carrera profesional de Magaña debió iniciarse bajo los mejores augurios: sus maestros fueron personalidades de la talla de Agustín Yáñez, Julio Torri, Ortiz de Montellano, Rodolfo Usigli, Fernando Wagner y, más tarde, Seki Sano. Sus compañeros fueron la constelación de escritores que, desde los 50, brilló por varias décadas en las letras mexicanas: Jaime Sabines, Ricardo Garibay, Rosario Castellanos, Jorge Ibargüengoitia, Luisa Josefina Hernández, Miguel Guardia y, por supuesto, Emilio Carballido.

Magaña siempre lo supo: el azar para él se llamó Emilio Carballido, fue quien lo alentó a escribir teatro, fue su compañero de los primeros modestos montajes, fue quien compartió con él los privilegios de la temporada triunfal en el INBA, muchas otras oportunidades; y fue también el alter ego, el otro yo paradójico, siempre presente -a veces cercano, a veces distante tanto en la identificación como en la antítesis.

Hoy, a medio siglo de distancia, nos preguntamos nosotros: ¿En qué radica la significación de nuestros dramaturgos de los años 50?, ¿cómo precisar su aportación a la creación de un teatro nacional? Las más evidentes cualidades de los escritores de esta generación del teatro universitario del medio siglo, que tuvo su centro en la Facultad de Filosofía y Letras, fueron, acaso, la experimentación formal, el dominio de la técnica de la composición dramática y poner el teatro al servicio de representar la realidad social nacional. En ese entorno, Magaña fue dueño de una escritura dramática que ensanchó los horizontes temáticos y estéticos del teatro nacional de las últimas décadas; y sería imposible dejar de registrar las múltiples inauguraciones que le debe el teatro mexicano: fue el autor de nuestra primera gran obra naturalista, de las primeras comedias musicales modernas, de la primera obra dramática con trama policiaca, de los primeros textos, en . n, del llamado teatro documental o de hechos, en nuestro País.

Magaña, El Narrador

Magaña se complace en recordar que, antes de iniciarse como dramaturgo, él se sentía narrador. En el rastreo de sus primeras obras, aparecen referencias de una producción literaria muy intensa a partir de 1944. Curiosamente, este corpus narrativo se revela como un territorio movedizo y cambiante...

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