Sigue la brújula

AutorDebbie Pappyn

Fotos: David De Vleeschauwer

"¿También sientes cómo que la brújula ejerce una atracción inexorable hacia el norte?", pregunta un noruego tan pronto escucha la palabra Svalbard.

"¿Será por el aire puro? ¿Acaso el hielo antiguo de Spitsbergen tendrá algo de adictivo? Noches claras en las que casi puedes escuchar al firmamento tapizado de estrellas crujir por el frío mientras sucede la Aurora Boreal".

Suena muy poético, quizás un tanto cursi, pero el hombre sí dice una verdad: sólo en Svalbard puede uno experimentar el extremo norte de Europa con tanta intensidad.

El archipiélago, cuya isla más grande es Spitsbergen, yace a la mitad del camino entre Noruega y el Polo Norte. Cualquier viajero en busca de sensaciones será feliz allí (a sólo un vuelo de distancia desde Oslo).

Muchos llegan a 74 grados de latitud norte, pero hay que ser un poco más intrépido para llegar a los 81.

Hace unos cuantos siglos, los únicos visitantes que llegaban aquí eran cazadores de ballenas y pescadores curtidos, pero hoy el territorio es considerado uno de los lugares más estratégicos del mundo.

Esto es Europa. Svalbard es un territorio que forma parte de Noruega, pero hacia el este mira a Rusia, y el Polo Norte está ahí a la vuelta de la esquina.

La NASA ha instalado uno de sus radares más importantes aquí, para seguir de cerca sus satélites mientras sobrevuelan varias veces al día el planeta.

Como se proyecta con los remotos países que conforman la Alianza del Norte, y que gradualmente cobran mayor importancia, pronto podría descubrirse petróleo en los alrededores, y entonces Svalbard rápidamente será absorbido por la Nueva Alianza del Norte.

Afortunadamente esto aún no sucede, y Spitsbergen sigue siendo un paraíso blanco, desierto y tranquilo, ideal para pasear en motonieve, hacer una excursión en trineo jalado por perros hasta remotas estaciones de radiofrecuencia, esquiar y, por supuesto, disfrutar de la codiciada Aurora Boreal.

Quien siempre se ha preguntado qué diablos podría hacer en una isla refundida en las profundidades del congelador de Europa, debe seguir leyendo. Seguro que los amantes de este tipo de paisaje extremo ya habrán reservado sus boletos antes de terminar.

Un rayito muy celebrado

Una chica rubia, quien sobre la gorra de lana lleva puesta una corona en forma de Sol, canta el clásico "Here comes the sun" (Aquí viene el sol), de los Beatles, haciéndose acompañar con un sintetizador casi congelado en medio de una alucinante postal invernal, en el corazón de la capital, Longyearbyen... pocas tonadas más ad hoc en este extremo ártico del mundo civilizado.

Ya es marzo. Pasado apenas el mediodía, un viento helado que cala hasta los huesos recorre los escalones de un viejo hospital en este otrora pueblo minero. El cortante viento polar da una sensación de unos 20 grados bajo cero, aunque el termómetro marque un poco más.

La "chica solar" toca su diminuto teclado con unos gruesos guantes de lana que sólo dejan al descubierto las yemas de los dedos. Su público se conforma de entusiastas enfundados en gruesos trajes para la nieve que llegan todos los años durante el Solfestuka (festival de verano, en noruego), para celebrar el regreso del astro rey.

Vaya que hay motivos para festejar: tras cuatro largos meses de invierno polar, Longyearbyen ve los primeros rayos solares, y con cada día que pasa el Sol se eleva cada vez más en el horizonte, justo detrás de las montañas nevadas.

A partir de este momento, el periodo de luz solar se incrementa 20 minutos cada día. El tenue crepúsculo que ha envuelto a Svalbard por meses cede gradualmente para darle paso.

En cuestión de días aparecen ya algunas sombras, como un amanecer largo; para finales de marzo ya habrá verdaderos amaneceres y anocheceres, pero sólo hasta finales de abril, cuando el Sol de Medianoche se anuncia.

Peligro: osos sueltos

Un rótulo a la entrada de la Universidad de Longyearbyen reza "¡fuera...

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