SOBREAVISO / La inutilidad de la alternancia

AutorRené Delgado

Quince años se cumplieron de la alternancia en la Presidencia de la República y, tan dados a conmemorar las efemérides blancas y negras de nuestra historia, la fecha nada les significó a los dirigentes políticos. Pasó de noche como, quizá, de noche pasaron tres lustros.

Ningún manual político garantiza un cambio con mejora a plazo fijo, pero quince años no son una minucia. Menos en un país donde, desde hace casi medio siglo, el reclamo ciudadano es participar con consecuencia en las grandes decisiones nacionales. Hoy, los protagonistas y los herederos de la alternancia no pueden ver a los ojos a la ciudadanía y decirle: la transición ha concluido, la democracia se ha consolidado.

No pueden por una razón obvia, dicha y repetida: parieron una alternancia sin alternativa. Y, ahora, en el segundo ensayo, modifican sin corregir la postura: la alternancia no implica alternativa, sólo organiza turnos en el ejercicio del no poder. Les fascina la experiencia, no el resultado. Administran, no gobiernan. Intentan, no realizan.

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En México se acostumbra abrir, no cerrar capítulos. Los episodios históricos se escriben y borran, se reforman y contrarreforman porque la vocación no es decidir y resolver. El nombre del juego es contener, no liberar; aguantar, no soltar; concesionar, no otorgar; paliar, no solucionar... y, en la primera oportunidad, fijar por nueva meta la anterior. No en vano la tentación restauracionista, la afición por jugar serpientes y escaleras, ganar aunque se pierda.

La Constitución es el santuario del anhelo; el reglamento, el infierno de la posibilidad. Se venera el precepto consagrado que se deshonra en el artículo reglamentado.

Sobran ejemplos del divorcio entre la idea y la práctica política. Se garantizan las candidaturas independientes, pero se entorpecen en el renglón de abajo. Se incorpora el referéndum, pero se anula en el trámite requerido. Se repudia el dinero sucio en las campañas, pero se lava en el ejercicio del gasto. Se inscribe la reelección como instrumento de control ciudadano, pero la predeterminan los partidos. Se elevan al nivel internacional los derechos humanos, pero se abaten -vaya palabrita- en el piso.

Desde luego, quienes han hecho del gradualismo reformista la fe de su esperanza política y la religión de su paciencia democrática juran que el país ha avanzado muchísimo. Los maratonistas del cambio a paso lento y sin certeza saltan de gusto ante el milimetraje recorrido. Tanto se entusiasman que no...

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