Sobreaviso / Recuento de daños

AutorRené Delgado

El recuento de los daños es superior. A las vidas perdidas, a los mutilados de guerra, a los damnificados, a los marginados, a la devastación y el saqueo, se agrega un daño cultural de largo alcance: la democracia se debilita, pese a la fuerza con que en su nombre se esculpen los más variados discursos.

En el fondo, la aventura militar de George Bush, Tony Blair y José María Aznar en Iraq es, quizá, el aviso más elocuente de un descalabro político-cultural de gran envergadura. Es algo que empezó atrás, casi con el milenio que prometía otro destino. La confusión y la miseria de una clase política disminuida, incapaz de redefinir su rol y elaborar las claves para construir un nuevo orden mundial, y que, en su desesperación, atenta contra la política y la diplomacia y hace una argamasa de la barbarie y la civilización. En nombre de la libertad y la justicia, esa élite vulnera increíblemente la esperanza democrática.

Peor todavía, los grandes líderes mundiales -si así se les puede llamar- enfocan mal la dimensión de esta crisis. Se engañan y engañan sin recato ni pudor político. Lo ven como un problema de reconstrucción y no de la recimentación de la democracia, el desarrollo y la justicia en un mundo global y abierto que, en un contrasentido, ahora refuerza y cierra sus fronteras en aras de la seguridad perdida.

La invasión de Iraq fue un baile donde se perdió el disfraz y se cayeron las máscaras que, de tiempo atrás, se venían deteriorando.

En esa confusión, los más osados y audaces se presentan como los más grandes políticos.

En la realidad, en ese baile nadie encuentra a su pareja. Los demócratas bailan con los tiranos, los tiranos con los revolucionarios, los revolucionarios con los conservadores, los conservadores con los populistas o demagogos, mientras los terroristas quieren hacer pasar la venganza como un acto de justicia. Todos bailan sin saber qué ritmo tocan y unos se tropiezan con otros hasta confundirse. Cuanto más tratan de diferenciarse, más se parecen.

George W. Bush llegó mal y tarde al baile, con manchas en su título de nobleza democrática y con la idea pervertida de exhumar, en nombre de quién sabe qué dios, la guerra fría. Saddam Hussein cae del pedestal de su ignominia, envuelto en la bandera de su dictadura, reclamando la venganza de otro dios que, en el fondo, es el mismo. De la tercera vía que Tony Blair proponía sólo queda el collar del que ahora ata su cadena. El revolucionario Fidel Castro perdió el reloj hace...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR