SOBREAVISO / El subpacto del Pacto

AutorRené Delgado

Tan pobre es la cultura de la legalidad y tan poca la civilidad política que, absurdamente, el gobierno federal y los partidos políticos acordaron suscribir un subpacto donde se comprometen a cumplir con ¡la Constitución y las leyes!

Sí, hay Constitución y leyes pero lo de hoy, para darle crédito a esos papeles, exige un acuerdo rubricado por los más conspicuos miembros de la élite política: el presidente de la República y los dirigentes partidistas. Suena absurdo, es absurdo, pero -por lo reconocido tácitamente y suscrito manifiestamente- el edificio de la legalidad tiene por punto de apoyo un añadido a un Pacto. Sin esa adenda, la ley es un manual de instrucciones y de anhelos, susceptible de atender o no.

Los mismos principios donde se finca el subpacto son de Ripley. A la letra dicen: "uno, sobreponer el interés del país y el de los mexicanos a cualquier interés partidario o individual; dos, cumplir con la palabra empeñada; tres, profundizar la transparencia; y, cuatro, actuar bajo estricto apego a la Constitución y las leyes que de ella emanan".

¿Qué Estado de derecho, qué democracia exige firmar un agregado para que sus postulados básicos cobren vigencia? La respuesta es México. Esa es la triste realidad, pero si un efecto colateral del afán por sostener el Pacto por México es el de ponerle auténticos pilares a la cultura de la legalidad y la civilidad política, bien vale la pena celebrar tamaño absurdo.

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Los 11 compromisos derivados de esos principios son igualmente absurdos. Presentan, como gran novedad, la decisión de cumplir con la ley. Vale reproducir el primero de ellos, sólo para dimensionarlo: "Los firmantes garantizamos se sancione debidamente a quienes haya cometido o cometan delitos electorales".

Dicho de otro modo: si no se hubiera firmado el subpacto del Pacto y alguien cometió o cometiera un delito electoral, no estaría garantizada la aplicación de la sanción correspondiente porque probablemente se echaría al costal de la impunidad o se negociaría en la mesa de la transa.

Cuando, con toda pompa y circunstancia, la figura principal de un régimen presidencialista como obviamente lo es el jefe del Ejecutivo así como los representantes del sistema de partidos firman un documento como el suscrito, no queda más que pensar en una opción: el cinismo político rebasó su límite o la miseria de nuestra subcultura legal, cívica y política obliga el absurdo de pactar cumplir lo establecido por la ley. No hay más.

Qué suerte haber...

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