Universalismo y particularismo

AutorJosé Woldenberg

Parto de una consideración básica: la democracia como sistema político permite integrar y expresar, como ningún otro, la diversidad cultural, étnica, lingüística e incluso religiosa, dentro de las comunidades y entre ellas.

Sin embargo, la democracia no es una fórmula ahistórica de aplicación universal al margen de las condiciones específicas de cada sociedad. Su realización tampoco depende sólo de la aceptación de una doctrina especial sino que es el resultado de una larga, a veces muy compleja construcción en el tiempo. En rigor, la ciudadanía no se impone por decreto, pues ésta debe construirse a partir de distintos grados mínimos de desarrollo social, político o cultural. En cada región o en cada país del mundo, confluyen raíces históricas, costumbres y tradiciones políticas distintas, de tal modo que sería ingenuo y hasta peligroso suponer que una sola interpretación de la democracia puede aplicarse en todo tiempo o lugar a cualquier conglomerado humano.

No obstante, para existir, la democracia requiere observar algunos principios básicos sin los cuales no podría distinguirse de otras formaciones y, en rigor, no sería viable. Me refiero, desde luego, al principio de libertad en que se funda la democracia representativa moderna, es decir a la posibilidad real de autodeterminación de los individuos, misma que se expresa mediante la elección de sus representantes en una completa libertad, sin coacciones y sin interferencias de ningún tipo por parte de otros individuos, grupos o instituciones estatales.

Esa misma idea descansa en la observación de los derechos humanos, entendidos como una serie de prerrogativas del individuo que le permiten desarrollar al máximo su libertad sin que pueda ser lesionado en la misma por parte de ningún individuo y, particularmente, por parte quien detenta el poder en su comunidad o en su sociedad, es decir, por el Estado. El único límite de los derechos humanos es el respeto a la máxima establecida por Kant en el sentido de que la libertad de un individuo termina donde inicia la libertad de los demás.

La democracia, en consecuencia, se funda en el reconocimiento de los derechos de libertad. Sin una efectiva protección de esos derechos el pleno desarrollo de la democracia es imposible. Naturalmente, la democracia fundada en el sufragio universal de individuos libres e iguales ante la ley, sería inconcebible si a los individuos se les impidiera ejercer libremente el derecho a votar. El respeto y la efectiva protección a los derechos fundamentales resulta, en consecuencia, decisivo para la existencia y el buen funcionamiento de la democracia. Lo anterior nos lleva a subrayar el papel de la tolerancia como premisa esencial para la democracia, sobre todo allí donde conviven culturas, tradiciones o costumbres de muy diverso origen Ciertamente, la historia y la geografía modelan comunidades singulares. Cada una de ellas tiene usos y costumbres propios, credos particulares, tradiciones intransferibles, prejuicios y leyendas peculiares. Estas suelen funcionar como una especie de cemento ideológico-cultural que distingue a cada comunidad de otras.

Esas características privativas imprimen diversas coloraciones culturales al género humano y debieran entenderse como un capital en una perspectiva universalista que asumiera que esas diferencias tienen sin embargo un tronco común, rasgos compartidos y derechos generales que ningún particularismo puede pretender olvidar.

No obstante, los particularismos de todo tipo suelen poner en acto conductas y códigos intransigentes incapaces de apreciar lo "ajeno" mientras se exalta lo propio. Esos códigos cumplen la misión de cohesionar a la comunidad, de ofrecerle un sentido singular, y para ello, con una frecuencia digna de mejores causas, se valora hasta el arrebato lo privativo y se desprecia lo que se encuentra fuera del cerco del "nosotros".

Esa especie de narcisismo colectivo puede poner en práctica intolerancias cuyas matrices suelen ser diferentes. Las hay ideológico-políticas, religiosas, raciales, culturalistas. No obstante, la línea que hermana a las diversas fórmulas excluyentes y persecutoras es la creencia de la superioridad de lo propio y la inferioridad de lo otro.

Es a partir de esa pulsión, que yo llamaría natural, sobre la que se construyen, sin embargo, los discursos integristas que ya no sólo estiman las peculiaridades que les son "inherentes" sino que las piensan y las viven como superiores o amenazadas por las particularidades de los otros. Así, no han faltado las doctrinas de la superioridad racial, el fundamentalismo agresivo religioso, la política guerrera.

La idea de la tolerancia y de la convivencia democrática entre distintos ha sido construida a contracorriente de esas pulsiones connaturales a todas las comunidades, que precisamente lo son porque tienen características singulares.

La tolerancia tiene pertinencia precisamente porque se reconoce una dinámica entre "nosotros" y los "otros". Si todos tuviésemos el mismo credo, el mismo color de piel, la misma ideología, los mismos intereses, el "nosotros" sería omniabarcante y perdería su sentido precisamente porque los "otros" serían inexistentes. Y ella es quizá la pretensión de todos los totalitarismos, el ideal perverso de homogeneizar lo que por su propia naturaleza es diferente.

Pero dada la pluralidad religiosa, ideológica, racial, idiomática, política, etcétera, del género humano, estamos obligados a construir un código que permita la recreación de esa diversidad.

Tengo la impresión de que la tolerancia tiene dos nutrientes básicos que en términos valorativos tiene pertinencia diferenciar. Existe una tolerancia producto de la rendición ante las evidencias. Dado que la pluralidad existe -en diferentes campos- es mejor reconocerla, porque de lo contrario lo único que se desatan son espirales de conflicto sin fin. Se trataría de una tolerancia que nace de la necesidad. Una especie de aceptación de los hechos. Puesto que uno vive en una sociedad cruzada por diversos credos o hace política entre distintos y antagónicos partidos, está obligado a resignarse y a ser tolerante.

No...

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