¿Qué hacer con los fanáticos?

AutorLuis Xavier López-Farjeat

Un tópico ineludible en estos días es el de la violencia de lo sagrado. O, como dice René Girard, la sacralización de la violencia. La Biblia y el Corán son, de alguna manera, libros violentos. Los fanáticos -los fundamentalistas, sin importar si son cristianos o musulmanes- son capaces de identificar la palabra de Dios con el derramamiento de sangre. En cierta medida no parece extraño: este mundo es eminentemente violento. La violencia no se reduce al terrorismo, como nos hacen creer algunas potencias mundiales: hay violencia política y también económica; no hallar un remedio eficaz contra la pobreza es una forma de violencia, lo es también la indiferencia ante al prójimo y la falta de cultura ecológica; la ignorancia contribuye a que los entornos sean violentos, lo mismo que la falta de conciencia histórica y conciencia social. Obviamente, la intolerancia es también un tipo de violencia; la indisposición para escuchar a quienes piensan distinto de uno ya es violencia; y lo es también, sobre todo, la necedad fanática de imponerse ante los otros, de pontificar a partir de las creencias y los puntos de vista que tiene uno -o unos cuantos. Las partes en conflicto se encargarán de desvirtuar y descalificar al otro, alimentando de esta manera la hostilidad necesaria para que los menos versados elijan con quién quieren estar: con los buenos o los malos. Los casos en los que se genera mayor desconcierto e indecisión son aquellos en los que está en juego una ideología política o una creencia religiosa o, todavía peor, esos casos en donde lo político y lo religioso cohabitan. Este último caso es el del Islam. Las agresiones o los comentarios que pudiesen ser interpretados como un ataque vulneran terriblemente la paz mundial y, al parecer, confirman la furiosa tesis de Huntington: dos culturas están a punto de chocar, el Occidente "cristiano" contra el Oriente "musulmán".

El 12 de septiembre Benedicto XVI leyó, ante los académicos de la Universidad de Ratisbona, un discurso cuya tesis básica es la siguiente: el esclarecimiento de las relaciones entre fe y razón es favorable para que las culturas y las religiones puedan dialogar y entenderse mejor entre sí. Ratzinger ha sido un promotor de la paz y el diálogo, aun cuando sus críticos lo nieguen y vean en el documento Dominus Iesus -redactado antes de su papado- un retroceso y una actitud fundamentalista cara al ecumenismo promovido por Juan Pablo II, y mucho antes, en Nostra aetate. No es éste el...

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