¿Dónde está Marco Antonio?

AutorFernando del Collado

Fotos: Óscar Mireles

Tlaxcala, Tlax.- El comandante inclinó su cabeza hacia la revista. Aquella mañana del martes 12 de marzo de 2002, la fotografía de portada del rotativo semanal ¡Alarma! mostraba, a gran tamaño, el cadáver de un menor desfigurado por los golpes y arrojado a un terreno baldío en una bolsa de plástico como si se tratara de un costal de basura.

José Ascencio Vega Gálvez, jefe de la V Región de la Policía Ministerial de Tlaxcala, se detuvo por unos minutos ante la imagen. El rostro del menor, que sobresalía en primer plano, dejaba ver la delgada comisura de su boca y, pese a la hinchazón, se observaban con cierta nitidez sus rectilíneas cejas. Parecía coincidir con las características del niño Marco Antonio Dionisio López, secuestrado seis meses atrás. Al comandante le pareció que esa "noticia", que le llegaba a las manos por azar, acabaría por resolver la desaparición.

Como para estar seguro de su primera impresión, el comandante hojeó el semanario y se detuvo en la redacción de la nota roja que informaba sobre el hallazgo del cadáver. La lectura no hizo más que aumentar sus sospechas.

El niño había sido encontrado en un terreno semidesértico de Valle de Chalco, municipio del Estado de México, tenía una edad aproximada a los 12 años y en la nota se detallaba que la policía "presumía que se trataba de una de las tantas víctimas de secuestro". El descubrimiento del cuerpo también terminó por demostrar la saña con que había sido ejecutado: "el pequeño tenía múltiples lesiones en el cráneo y a la altura del abdomen, por lo que se supone que el o los asesinos desataron su ira en la humanidad del menor".

Esa misma tarde, Vega Gálvez se trasladó hasta la agencia ministerial de Valle de Chalco. Ahí se entrevistó con su homólogo, Ignacio Ramírez Arzate, quien le enseñó una serie de fotografías de la autopsia del menor. Con una instantánea del menor de cuerpo completo, desnudo y con huellas de tortura, el comandante regresó a Tlaxcala seguro de haber resuelto el secuestro que investigaba desde el día que ocurrió: el 18 de septiembre de 2001.

Al comandante sólo le restaba mostrar la fotografía a los padres de Marco Antonio. El 13 de marzo, Jesús Dionisio y Rosario López miraron la imagen de ese cuerpo párvulo y ensangrentado que tenía ciertas similitudes con su hijo, quizá en su delgada complexión, en su pigmentación de la piel, o en el tipo y el color de cabello. Pero algo en las entrañas les impedía reconocerlo como su hijo. El comandante Vega trató de persuadirlos, de convencerlos. Les comentó que esa negación era parte del espasmo momentáneo, de la impresión ante una imagen por demás descarnada, del estrés que vivían desde hacía seis meses cuando su hijo fue plagiado. Pero a mayor insistencia, mayor era el desconocimiento. "Ese no es mi hijo", le reclamó Rosario.

Con todo, los padres junto con el comandante se trasladaron a Valle de Chalco al día siguiente, para revisar las otras fotografías del cadáver, archivadas en la agencia ministerial. Jesús reconoció más de una similitud con su hijo: aceptó las coincidencias en el color de la piel, el tipo de pelo, la delgadez, el tamaño de los brazos, la configuración de las manos, el tipo de patilla, las cejas, la boca. Pero no encontró el lunar a la altura del hombro junto al cuello del lado derecho, la "marca familiar", ni tampoco la escobetilla en el pelo que Marco Antonio tenía en la nuca. "No, ése no puede ser mi hijo", insistió Jesús Dionisio.

Sin poder convencerlos de que lo reconocieran como su hijo, el comandante Vega sugirió la realización de una prueba de ADN. Sería la pesquisa final y la prueba irrefutable que confirmaría su hipótesis y daría por concluido el caso. Los padres aceptaron. Querían, al menos, tener la certeza de saber el destino final de su hijo y no vivir en la zozobra.

La prueba, que consiste en extraer muestras de sangre, no se les practicó de inmediato. Trámites administrativos, desinterés, saturación de trabajo, fechas pospuestas una y otra vez, eran las respuestas oficiales a una solicitud cuyos resultados mantenían en vilo a la familia.

Seis meses después, el 26 de septiembre de 2002, los padres finalmente fueron citados para la realización de la prueba genética. Hoy, las conclusiones de ese examen siguen enmarañadas en la burocracia. Todavía el 21 de abril de 2003, la perito oficial en materia de genética forense de la Procuraduría del Estado de México, Zenaida Bastida Mora, encargada de la exhumación del cadáver del menor para extraer muestras para su análisis, entregó un informe en el que justificaba la tardanza:

"(Las) muestras no fueron analizadas con inmediatez debido a que el laboratorio de genética se encontraba en remodelación (...) Por los contratiempos mencionados y debido a las condiciones del cadáver (putrefacto) y por lo tanto a las de las muestras recolectadas (también putrefactas), no ha sido posible obtener resultados hasta el momento (...) Sin embargo, seguimos realizando análisis con otras metodologías, esperando obtener los resultados...".

Hoy, el cadáver del menor encontrado en Valle de Chalco continúa en calidad de "desconocido". Hoy, también se cumplen casi tres años del secuestro y desaparición de Marco Antonio Dionisio López.

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La morosidad para encauzar y dar respuesta...

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