17 por ciento no es equidad

A nueve años de la promulgación de la Ley General para la Igualdad entre Mujeres y Hombres, la paridad está lejos: de 4 mil 455 cargos políticos de primer nivel, sólo 759 están en manos femeninas. Esto es, apenas el 17 por ciento de las principales posiciones de poder público en México.

Actualmente, no hay gobernadoras, sólo hay cuatro mujeres en el gabinete presidencial, no hay legisladoras presidiendo el Senado o la Cámara de Diputados, ni coordinadoras parlamentarias. Tampoco presidentas nacionales de partidos políticos.

Ministras, magistradas, senadoras, diputadas federales y locales, alcaldesas y embajadoras son minoría en un país con 57.4 millones de mujeres y 54.8 millones de hombres.

Aunque hay mujeres presidiendo tres de los cinco órganos autónomos a nivel federal (IFAI, INEE y Cofece), las consejeras y comisionadas en estos organismos representan apenas la tercera parte del total.

En 2006, cuando se publicó la Ley General para la Igualdad entre Mujeres y Hombres, se establecieron como metas la participación equilibrada entre mujeres y hombres en los cargos de elección popular, la representación equilibrada dentro de las estructuras de los partidos políticos y la participación equitativa en altos cargos públicos.

El compromiso de garantizar a la mujer igualdad de acceso y plena participación en las estructuras de poder y en la toma de decisiones derivaba de la Plataforma de Beijing, un instrumento adoptado a partir de la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer, celebrada en aquella ciudad en 1995 y considerada un parteaguas en la lucha por la igualdad entre los géneros.

A punto de cumplirse 20 años de aquel acontecimiento, México está muy lejos del 50-50 en el ejercicio del poder.

¿Cómo renovar el discurso feminista?

Mujeres convocadas por Revista R aportan ideas para la construcción de un nuevo discurso en favor de la equidad de género.

No hay igualdad plena

Alejandra Ancheita

Directora Ejecutiva del Proyecto de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, ProDESC, A.C.

Son casi tres siglos de debates para salir del pacto de exclusión de las mujeres como sujetos plenos de derechos. Un siglo de conmemorar el 8 de marzo, definido por las mujeres socialistas ante la represión de las acciones pacíficas de las trabajadoras en la exigencia de derechos: la reducción de la jornada laboral a 10 horas, mejores salarios, tiempo de lactancia, formación, derecho a afiliarse en sindicatos y rechazo al trabajo infantil.

Es el año 2015 y en México, de acuerdo con el INEGI, 2 de cada 3 hogares reciben ingresos de madres trabajadoras y el 42 por ciento de la población económicamente activa son madres trabajadoras, de las cuales el 72.4 por ciento son solteras.

Además, el 17.5 por ciento de las madres trabajadoras carecen de instrucción escolar y el 75 por ciento no estudió o sólo llegó a la secundaria.

De las madres trabajadoras, el 97 por ciento también realiza trabajo doméstico. En el Distrito Federal y el área metropolitana, el 52 por ciento de la población económicamente activa son mujeres, y el 60 por ciento labora en el sector informal, no cuentan con seguridad social, servicio de guardería, salud, vivienda, ni pensión jubilatoria, sólo el 15 por ciento labora en el sector formal y el 10 por ciento de éstas se encuentran sindicalizadas, el 19 por ciento cuentan con un Contrato Colectivo de Trabajo y sólo una de cada 10 mujeres ocupa puestos directivos; además que 4 de cada 10 dejan su empleo o son despedidas por acoso y hostigamiento sexual.

Es real, los datos nos demuestran que no hemos conseguido la igualdad plena. Avanzamos en lo formal, avanzamos en la conciencia de la desigualdad, pero todavía insisten en regresarnos a la carencia de derechos. Quienes se benefician de la explotaciónsexual y laboral insisten en normalizar la desigualdad, en que nos resignemos a la idea de imposibilidad de cambio; más aún, promueven formas de erotizar y desear la subordinación. Ante quienes dicen que el feminismo ya no tiene sentido, sirve recordar cuáles fueron los orígenes de las demandas, recordar su horizonte: condiciones económicas, sociales y culturales para la plena libertad e igualdad. Por generaciones, hemos construido pisos normativos, argumentos políticos, resistencias cotidianas. Colectivamente y con poderes vitales (Lagarde 1997) damos contenido a la dignidad. A un siglo seguimos sumando para tener la densidad suficiente que garantice para todas las mujeres que la construcción de sus libertades sea fruto de su propio trabajo e...

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