Adiós, realismo

AutorFernando de Ita

Sus espacios dramáticos son más estructuras visuales que ilustraciones escenográficas; cuadros tridimensionales en los que la neutralidad del espacio, la luz, el color, le dan otro volumen y otra proyección a la figura humana.

Bob Wilson es precursor en la formulación del espacio teatral del siglo 21. Sus composiciones y diseños dramáticos abrieron brecha para la nueva estética del hecho teatral. Ahora es común utilizar el escenario como pantalla, lienzo, estructura visual, pero al inicio de los 80 era un cambio radical en la manera de concebir el espacio dramático. Hubo otros radicalismos, incluso anteriores, como los de Richard Foreman y su teatro ontológico, que también han tenido consecuencias en la conceptualización del espacio teatral de aquellos creadores que escupen sobre la función estética del teatro. En sentidos opuestos, la arquitectura escénica del director texano y del neoyorquino iniciaron un camino que ahora recorre el teatro europeo, con pie propio.

Una directora anglosajona le preguntó a Barbara Burckhardt, editora de Theater Heute, la revista de teatro más influyente de Alemania: "¿Dónde está Brecht?". Se refería a que no había una obra suya en el Festival de Teatro de Berlín, pero ella respondió: "Brecht está muerto".

Ciertamente, nadie habla de él en la sobremesa, pero el "distanciamiento" brechteano, por ejemplo, está en todas partes. Cada director busca la manera de señalar al público que esos señores que están sobre el escenario no son personajes de ficción sino gente real haciendo teatro. En el teatro de hoy, las obras no se abren con los actores en situación dramática. Aunque ya estén en el escenario, queda claro que son individuos que van a ponerse la máscara, por así decirlo, frente al público, de modo que el truco de la ilusión queda roto. Nada más brechteano que esta separación de lo real y lo ficticio.

Brecht no inauguró la utilización de la imagen cinematográfica en el teatro, fueron sus maestros, sobre todo Piscator, pero es muy brechteano aprovechar el cine para subrayar la particularidad del teatro, como hacen los directores alemanes de la tercera y cuarta generación de la posguerra. El teatro alemán fue el primero en aprovechar los adelantos tecnológicos del siglo 20, y lo sigue haciendo en el siglo 21, así que nadie se siente ofendido porque los actores utilicen micrófonos de diadema en una obra trascendental para la historia germana como Los nibelungos -que, por cierto, duró seis horas-, o que la banda...

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