AGENDA CIUDADANA / El Congreso o el vacío

AutorLorenzo Meyer

Si el Poder Legislativo no sirve para balancear al gran poder del Ejecutivo, entonces ¿para qué sirve?

Hoy, en México, apenas ciertas ONGs y periodistas-investigadores -actividad de alto riesgo- intentan dar batalla a los abusos y omisiones de un Poder Ejecutivo que les combate y acusa de bullying.

La ausencia de equilibrio institucional es muy dañina. En estos días, y ante un caso de posible corrupción en gran escala, expuesto en tribunales extranjeros, como fue la entrega en 2012 por parte de la gran empresa brasileña Odebrecht de al menos 10.5 millones de dólares como soborno a un miembro del equipo de campaña del entonces candidato presidencial del PRI, el resultado final no ha sido el esclarecimiento del hecho, ¡sino el despido del fiscal para delitos electorales! La empresa corruptora sigue operando en México.

El caso Odebrecht llegó al Congreso por vía indirecta y, para sorpresa de casi nadie, el Senado, por decisión del grupo priista y sus afines, que aceptan al jefe del Poder Ejecutivo como su jefe, en vez de ahondar en la materia, logró que el problema no se discutiera. Así, la llamada Cámara Alta, en vez de servir para destapar lo que el Ejecutivo quería que permaneciera tapado, avaló el mantenerlo en la obscuridad.

En principio, el sistema político mexicano es una estructura que se supone sigue los principios expuestos y defendidos originalmente por el barón de Montesquieu y John Locke: debe haber una división efectiva del poder para impedir los efectos negativos de su concentración. Sin embargo, desde que efectivamente tomó forma un gobierno razonablemente estable en México con la Restauración de la República en 1867, sólo excepcionalmente el Congreso ha asumido el papel que le confirieron las constituciones. El Porfiriato nulificó al Legislativo en favor de un presidencialismo sin límites y, con apenas variantes, la Revolución Mexicana reafirmó esa característica vía los poderes metaconstitucionales del Presidente; esos que le hicieron jefe indiscutible del partido de Estado, de los gobernadores y las autoridades municipales, de los congresos y de los poderes judiciales, amén de controlador de los medios y de las estructuras corporativas (Jorge Carpizo, El presidencialismo mexicano, Siglo XXI, 1978).

Carlos Salinas se vio forzado a dejar escapar los gobiernos de algunos estados y Ernesto Zedillo perdió el control de sus propios gobernadores -Roberto Madrazo- y terminó perdiendo "Los Pinos". En los dos sexenios que siguieron...

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