AGENDA CIUDADANA / Un país de los pocos

AutorLorenzo Meyer

Un tema que nos definió de origen

En un artículo sobre Carlos Slim que aparecerá en The New Yorker (1o. de junio) Lawrence Wright cita a un corresponsal de The New York Times que, al saber del préstamo por 250 millones de dólares que el magnate mexicano acababa de hacer (enero, 2009) a su periódico -y de las duras condiciones impuestas por Slim al prestigiado pero endeudado diario-, se pregunta si a esa venerable empresa periodística le convenía asociarse con "un monopolista consumado" como Slim. Wright aprovecha la observación para definir al fundador del Grupo Carso como algo más que un monopolista: "nadie en la historia moderna ha dominado una economía de las dimensiones de México -un país de ciento diez millones de habitantes con un ingreso per capita superior a los diez mil dólares- como lo ha hecho Carlos Slim".

El ingeniero mexicano de origen libanés es el eslabón más reciente -y el más notable- de una cadena de personajes similares que viene de muy atrás. En realidad, una manera de resumir la historia de México -lo mismo política que económica, social o cultural- es la narración de lo sucedido en un país que siempre ha sido posesión efectiva de un puñado. Desde que hay memoria histórica, a nuestra sociedad se le puede definir como una estructura de poder diseñada para organizar y explotar la desigualdad social extrema. Y esta definición es válida lo mismo para el periodo indígena que para el colonial, el independiente o el actual.

En el pasado profundo, el dominio de los muchos por los muy pocos fue aceptado como natural, como legítimo, pero a partir de la independencia cada vez menos. Esa pérdida progresiva de legitimidad del poder de las minorías en un país estructurado de siglos por y para beneficio de los pocos, es lo que en gran medida explica la dinámica de la historia política de México en su etapa nacional.

Bicentenario y centenario

La propuesta de celebrar el año entrante el bicentenario del inicio de la insurrección de independencia de México y el centenario de la que derrocó la dictadura de Porfirio Díaz representa un problema para nuestra élite del poder. El sentido profundo de ambos acontecimientos -estallidos justos de violencia social- fue el rechazo de los sectores mayoritarios a la permanencia de su estatus como eternos explotados, como meros objetos cuya única razón de ser era el servicio a unos supuestos "superiores naturales". Seguramente es por eso que hoy la maquinaria burocrática encargada de la "celebración"...

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