AGENDA CIUDADANA / Una relación difícil

AutorLorenzo Meyer

· PODERES

Lo que hace diferente el poder del Estado respecto de cualquier otro es que éste puede legalmente imponer sus intereses mediante el uso de la fuerza. Desde esta perspectiva, cuando en España la Santa Inquisición podía confiscar los bienes de los acusados, ponerlos en prisión, torturarlos o ejecutarlos, no había mucha diferencia en la naturaleza del poder de la iglesia y el del Estado. Por ello, en México, Estado e iglesia fueron por varios siglos dos caras de la misma moneda.

· LA ESPADA Y LA CRUZ

Los primeros sacerdotes que arribaron a la Nueva España en 1522 ya eran parte integral de la estructura política que se iba a imponer. En la Colonia hubo desavenencias entre la autoridad civil y la eclesiástica -la más sonada desembocó en la expulsión de los jesuitas en 1767-, pero en la vida cotidiana dominó la unidad de propósitos. Después de todo, la supuesta fuente de legitimidad de la conquista y gobierno de América era el Papa, pues fue Alejandro VI quien en 1493 otorgó a los monarcas de España y Portugal la soberanía sobre el Nuevo Mundo. La simbiosis de la cruz y la espada fue tan natural que algunos arzobispos también fueron virreyes, como Pedro Moya en el siglo XVI o García Guerra, Juan de Palafox, o Juan de Ortega en el siglo XVII. Y la dualidad virrey-arzobispo se mantuvo casi hasta el final, con Francisco Javier de Lizana entre 1809 y 1810.

· SEPARACIÓN DE LOS SIAMESES

La separación iglesia-Estado es un proceso que surge de la Europa de la ilustración y se hace realidad en Estados Unidos y la Francia revolucionaria para luego generalizarse en occidente.

En el México del siglo XIX y para lograr el surgimiento y consolidación del Estado nacional, la élite liberal consideró indispensable secularizar los bienes eclesiásticos y llevar a cabo la separación tajante entre iglesia y Estado. Esta operación radical desembocó en la Guerra de Reforma que, al concluir, dejó a los siameses iglesia y Estado separados y al nuevo estatus consagrado en la Constitución de 1857.

El resentimiento que dejó este choque se diluyó bastante en el porfiriato, cuando el Estado nacional empezó a ser una realidad y ya no se sintió amenazado por la acción política de la jerarquía católica. Sin embargo, al despuntar el siglo XX el manifiesto de Camilo Arriaga -del que saldría el Partido Liberal (PL)-, contenía en su primer punto un llamado a detener el nuevo ascenso político del clero ante el abandono oficial del espíritu de la Reforma. La actividad del PL...

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